Durante el mes de noviembre, la abogada Rita Ruck y la líder indígena Marcelina Angulo, defensoras de derechos humanos en el Vicariato Apostólico de Iquitos (Perú), han visitado España. En parroquias, comunidades y medios de comunicación han contado su historia de lucha contra la minería ilegal, que contamina el río del que viven. En su lucha por defender el agua, los derechos de los pueblos autóctonos y un entorno natural privilegiado, que es el pulmón del mundo, cuentan con el apoyo de los misioneros agustinos, que llegaron en 1901.
Han contado su testimonio en la Parroquia Santa Ana y La Esperanza, en Moratalaz (Madrid), en el Colegio San Agustín de Los Negrales (Madrid) y en el Convento de los Agustinos, de Valladolid, en un acto organizado por la ONG Cebú, miembro del Secretariado de Misiones, Justicia y Paz de la Provincia agustina de San Juan de Sahagún.
ONG Cebú
La ONG Cebu ha presentado a la Junta de Castilla y León un proyecto sobre la labor de la Oficina de Derechos Humanos del Vicariato Apostólico de Iquitos, para el Programa de Defensores de Derechos Humanos de JCYL. Un programa que ofrece subvenciones destinadas a la defensa y protección de los defensores porque, como es el caso de Marcelina Angulo, algunos están amenazados de muerte y desarrollan su compromiso desinteresadamente, en condiciones muy precarias.
La subvención incluye el desplazamiento a España, de Rita como directora de la oficina y de Marcelina como defensora de derechos y líder indígena, para dar a conocer más de cerca cuáles son sus reivindicaciones y las dificultades que tienen para llevar a cabo su misión.
Oficina de Derechos Humanos
La Oficina de Derechos Humanos de Iquitos nació hace treinta y dos años y es una de las principales empresas que los agustinos apoyan en esta zona de la Amazonía peruana. A Rita la contrató hace más de veinte años Mons. Julián García Centeno, OSA, (junto a Marcelina y Rita en la foto principal de la noticia), ya obispo emérito, que vive en Madrid. En la actualidad trabaja bajo la atenta mirada del obispo del Vicariato Apostólico de Iquitos, Mons. Miguel Ángel Cadenas, OSA, quien sigue de cerca la labor que desarrolla el equipo de abogados de la oficina.
Rita y Marcelina constituyen un tándem perfecto. La lucha no sería tal sin el trabajo en equipo de estas dos mujeres; Rita desde del ámbito legal y Marcelina, sobre el terreno, como miembro de la red de defensores y vigilantes del área de conservación Alto Nanay-Pintuyacu-Chambira.
El compromiso de Marcelina y Rita
Marcelina Angulo tiene 40 años y desde los 19 desempeña labores de responsabilidad en su comunidad. Tiene cuatro hijos (los pequeños de 16, 9 y 3 años) que, en muchas ocasiones, la acompañan a reuniones con dirigentes regionales, a animar a otros compañeros cuando tienen dificultades o a la oficina para estudiar con la abogada, Rita Ruck, qué pasos tienen que dar a nivel administrativo.
Hace años que vive amenazada de muerte, por pertenecer a una red de vigilantes y defensores medioambientales de la región del Alto Nanay, en la Amazonía peruana. Cuesta imaginar qué significa, en la práctica, ser «guardiana del bosque», como ella se autodenomina. Lo que está claro es que la sensibilidad por la ecología tiene un significado muy distinto en Perú y en España.
Marcelina se juega la vida cada día por acciones por las que no cobra nada. Como ella misma explica, lo hace porque el río y el bosque son la vida y el futuro de sus hijos, pero no solo: «Nosotros cuidamos el pulmón del mundo también para ustedes».
La red a la que pertenece Marcelina la forman sesenta y ocho vigilantes y cuarenta y seis defensores de las áreas de conservación del Alto Nanay y su labor consiste en combatir la tala indiscriminada y la minería ilegal, un trabajo que deberían hacer las autoridades. Grupos de diez vigilantes patrullan la zona en turnos de 15 días a la intemperie: «No tenemos un centro de vigilancia» donde cocinar, descansar o estar a salvo.
El oro en la selva
«En el río Nanay hay más de 90 dragas» -denuncia-, barcas que extraen capas del fondo. «Ponen lo que sacan en una rampa donde echan mercurio» para que extraiga el oro. Luego echan todo de nuevo al agua. Los restos de mercurio y el lodo enturbian y envenenan el agua que beben y donde pescan los locales. «Sobre todo a los niños y a la tercera edad les provoca dolores intensos y diarrea», explica esta líder comunitaria.
El oro de Iquitos, «muy fino», se utiliza para joyería. Lo sacan del país clandestinamente o lo blanquean en joyerías de la ciudad, que lo compran bajo cuerda y lo venden como obtenido legalmente.
Además de luchar por sus comunidades en los tribunales, ante las autoridades y con protestas, reivindican proyectos de desarrollo sostenible, ya que «muchas familias no tienen dinero para los estudios de sus hijos» y la minería ilegal supone dinero fácil y rápido.
En esta tarea, los defensores cuentan con la ayuda de la Iglesia a través de la Oficina de Derechos Humanos del Vicariato Apostólico de Iquitos.
Pincha aquí para leer la entrevista a Marcelina y a Rita en «Alfa y Omega».
Pincha aquí para leer la entrevista a Marcelina y a Rita en «Ecclesia».