Evangelio del XXXIII Domingo del T.O., según San Agustín

Sobre este evangelio, San Agustín explica que no debemos estar tan preocupados por lo exterior, sino por entrar dentro de nosotros.

A propósito de la parábola de los talentos, San Agustín aprovecha para enseñarnos que no debemos estar tan preocupados por lo exterior, por hablar, por enseñar… sino en entrar dentro de nosotros. Allí Dios le podremos encontrar, podremos encontrar los talentos que ha puesto para nosotros para lograr lo verdaderamente importante: para que podamos oír: Entra en el gozo de tu Señor.

Oír y hablar

El varón hablador no será encauzado en la tierra. El hombre locuaz ama la mentira. Todo su placer es hablar; y, cuando habla, no atiende a lo que dice. Por eso no puede ser encauzado. ¿Cuál debe ser el siervo de Dios encendido con estos carbones y hecho él carbón saludable? ¿Cuál debe ser? Varón que prefiera más oír que hablar, según se escribió: Sea el hombre pronto para oír y tardo para hablar, y, si pudiera suceder, desee no tener necesidad de hablar, de exponer y de enseñar.

Ved, hermanos míos, lo que digo a vuestra caridad; os hablo ahora para enseñaros. ¡Cuánto mejor sería que rodos supiésemos y nadie enseñase a otro, de suerte que no hubiese algunos que hablasen y otros que oyesen, sino que todos oyesen al único a quien se dice: Alegrarás y regocijarás a mi oído! De aquí que San Juan Bautista no se alegraba tanto porque predicaba y hablaba, sino más bien porque oía, pues dice: El amigo del esposo está atento, y le oye y se regocija en gran manera por la voz del esposo. 

Escuchar a Dios

Por tanto, hermanos míos, brevemente he dicho a vuestra caridad en qué debe probarse cada uno de vosotros; no en no hablar, sino en que cada uno hable en razón de la exigencia del oficio. Por propia voluntad se goce en el silencio, por necesidad exponga la palabra de enseñanza. ¿Cuándo es necesaria la palabra de enseñanza?

Cuando tienes delante a un ignorante, cuando está ante ti un indocto. Si te agrada enseñar siempre, siempre quieres tener ante ti a un indocto; por el contrario, si eres amigo de hacer bien y quieres que todos sean doctos, no querrás tener a quién enseñar siempre, y, por tanto, no querrás ejercitarte en la declaración de tu doctrina sino cuando seas acosado por la necesidad. Regocíjate oyendo a Dios; que la necesidad te impela a hablar, y de este modo no serás varón locuaz, para que seas encauzado.

¿Por qué quieres hablar y no oír? Siempre quieres estar fuera y rehúsas estar dentro. El que te enseña está dentro. Cuando tú enseñas, sales fuera a los que están afuera. En el interior oímos la verdad, pero hablamos a los que están fuera de nuestro corazón. Lo que a ellos les decimos de ciertas cosas que pensamos y que tenemos en el corazón, se lo declaramos según cierta imagen que tenemos impresa de estas cosas.

Si ellos estuviesen por completo en el interior, sabrían en verdad qué había en nuestro corazón, y, por tanto, no tendríamos necesidad de hablarles. Si te deleita hablar, ve no te hinches externamente, no suceda que no puedas entrar por la puerta angosta y no te pueda decir tu Dios: Entra en el gozo de tu Señor, sino que te diga, puesto que se hallaba fuera lo que amaste: Ligadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas exteriores. Al declarar que es malo ser arrojado al exterior, manifiesta que es bueno entrar al interior.

Porque ¿qué dijo al siervo bueno? Entra en el gozo de tu Señor. ¿Y al malo? Arrojadle a las tinieblas exteriores. Luego amemos más las cosas interiores que las exteriores. Nos regocijemos de las cosas internas y no nos entreguemos por voluntad, sino por necesidad, a las externas. El varón locuaz no será encauzado en la tierra.

Comentario al salmo 139, 15

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