Evangelio del XXIII Domingo del T.O., según San Agustín

A propósito del Evangelio, San Agustín anima a que usemos la lengua para el bien: alabar a Dios, consolar, hablar de la grandeza de Dios...

Ante el episodio de la curación del sordomudo, San Agustín nos comenta cuál debe ser el uso de la lengua. La lengua humana se puede usar para el mal: blasfemar, calumniar… o para el bien: alabar a Dios, consolar, … por eso nos anima San Agustín a que usemos bien la lengua. Y así como Jesús manda callar después de hacer el milagro y la gente no lo hace, así nosotros usemos bien nuestra lengua para alabar a Dios, para proclamar ante todos, la grandeza de Dios.

Las costumbres no las hacen buenas más que los buenos amores. Elimínese el oro de los asuntos humanos; mejor, haya oro para que sirva de prueba para los asuntos humanos. Córtese la lengua humana, porque hay quienes blasfeman contra Dios. ¿Cómo habrá entonces quienes le alaben? ¿Qué te hizo la lengua? Si hay un buen cantor, es un buen instrumento. Tenga la lengua un alma buena: hablará el bien, pondrá de acuerdo a quienes no lo están, consolará a los que lloran, corregirá a los derrochadores y pondrá un freno a los iracundos; Dios será alabado, Cristo será recomendado, el
alma se inflamará de amor, pero divino, no humano; espiritual, no carnal.

Todos estos bienes son producto de la lengua. ¿Por qué? Porque es buena el alma que se sirve de la lengua. Suponte ahora la lengua en un hombre malo: aparecerán los blasfemadores, litigantes, calumniadores y delatores. Males todos que proceden de la lengua, porque es malo quien la utiliza.

Pero hay que guardarse de que alguien piense que lo último que cité del evangelio de Marcos está en desacuerdo con todos los que, por otros muchos hechos y dichos de él, muestran que sabía lo que pasaba en los hombres, es decir, que no se le podían ocultar sus pensamientos y deseos, como dice clarísimamente Juan: 

El mismo Jesús no se confiaba a ellos, porque él conocía a todos y no tenía necesidad de que alguien le informase sobre el hombre, pues él sabía lo que había en él. 

Pero ¿qué tiene de extraño que viera las voluntades presentes de los hombres él que incluso anticipó a Pedro su
voluntad futura, que ni siquiera tenía en el momento en que presumía estar dispuesto a morir por él o con él? Estando, así las cosas, ¿cómo no contradice a su gran ciencia y presciencia lo que refiere Marcos? A saber: Les ordenó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, tanto más lo pregonaban. Si, como quien conocía las voluntades presentes y futuras de los hombres, sabía que ellos iban a publicarlo tanto más cuanto más les mandase no hacerlo, ¿por qué se lo mandaba? A no ser porque quería mostrar a los perezosos con cuánto mayor afán y fervor deben anunciarlo a él
aquellos a quienes ordena que lo anuncien, si eran incapaces de callar aquellos a quienes se prohibía
hacer publicidad.

Sermón 311, 11 y Concordancias entre evangelistas I, 6.

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