Evangelio del XV Domingo del T.O., según San Agustín

El Evangelio de hoy indica que Dios y el amor deben ser el centro de lo que hacemos y de toda nuestra vida.

Cuando Jesús los envía a predicar les enseñó cómo hacerlo: sin bastón, sin alforjas… confiando solo en Dios. Pero pronto surgen hermanos que se creen más importantes que otros. Por eso, San Agustín nos invita a que sea el centro de todo el amor, y que toleremos al hermano que puede tener otras necesidades distintas a nosotros.

Lo imprescindible

Veamos, pues, cómo entiendo yo mismo lo que el Señor ordenó a quienes enviaba a predicar el Evangelio y a cosechar la mies ya sazonada. Veámoslo. No llevéis – dice – ni bolsa, ni alforja, ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino. En cualquier casa a la que entréis, decid: «Paz a esta casa»; y si en ella lo hay, volverá a vosotros. Aunque con brevedad, repasemos todo punto por punto. No llevéis – dice – bolsa alguna. ¿Qué hago yo? Cuando voy de viaje, llevo algún dinero – lo confieso -; llevo lo imprescindible para el camino. Ni alforja. Cabe que no la lleve. Ni sandalias. 

¿De qué se trata? ¿Me mandó caminar con los pies desnudos? Que camino calzado lo veis también vosotros, pues no profiero palabras y escondo los pies: ante vuestros ojos camino calzado. Más aún, si alguien me saludara en el camino y no le devolviera el saludo, se me juzgaría un orgulloso. La andanada soltada contra mí revertiría sobre el Señor. Saludo, pues, a las personas que encuentro por el camino. Lo otro, decir Paz a esta casa cuando entramos en alguna, es ya fácil. Pero ¡cómo nos angustia lo referente a la bolsa y a las sandalias! Dirijamos nuestra mirada al Señor por si nos consuela y concede la comprensión de esas palabras.

Paz

En efecto, incluso lo que sigue a lo que afirmé que era sencillo, esto es, decir Paz a esta casa al entrar a ella, más fácil que lo cual nada hay, si lo tomamos en sentido literal, también ahí se nos presenta un peligro. ¿Qué ordena? Decid: Paz a esta casa. Nada más sencillo. Pero ¿cómo sigue? Si hubiera en ella un hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; si no lo hay, volverá a vosotros. ¿De qué se trata? ¿Cómo vuelve a mí la paz? ¿La tendré si vuelve?; pero, si descansa sobre él, ¿la he perdido? ¡Lejos de una mente sana tal idea! Por consiguiente, ni el primer texto se ha de tomar en sentido literal y, por ello mismo, quizá ni la bolsa, ni las sandalias, ni la alforja, ni, sobre todo, lo de no saludar a nadie por el camino, algo que si lo tomamos como suena, sin dar una explicación, parece que se nos manda ser orgullosos.

El Señor en el centro

Centremos nuestra atención en el Señor, nuestro ejemplo y ayuda verdadera. Probemos que es nuestra ayuda: Sin mí nada podéis hacer. Probemos que es nuestro ejemplo: Cristo padeció por nosotros – dice Pedro – dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Hasta el Señor mismo llevó bolsa para el camino, bolsa que había confiado a Judas. Aunque era ladrón, lo aguantaba a su lado. Pero yo, con perdón de mi Señor, deseando aprender, le digo: «Tú, Señor, soportabas al ladrón Judas, ¿cómo es que tenías algo que se te pudiese quitar? A mí, hombre miserable y sin fuerzas, me amonestaste a no llevar bolsa siquiera. Tú la llevaste y fue en ella donde tuviste que soportar al ladrón».

¿Y qué son las sandalias? ¿Qué son las sandalias de que nos servimos? Son cueros de animales muertos; cueros de animales muertos con los que protegemos los pies. Nos cubrimos los pies con cueros de animales muertos. ¿Qué se nos manda, entonces? Renunciar a las obras de muerte. A esto exhorta el Señor de forma figurada a Moisés cuando, al acercarse a su gloria, le dice: Descálzate, pues el lugar en que estás es tierra sagrada. ¿Hay tierra más santa que la Iglesia de Dios? Así, pues, manteniéndonos firmes en ella, descalcémonos, renunciemos a las obras de muerte. Respecto a las sandalias que llevamos para caminar, mi Señor mismo me consuela. Si no hubiese ido calzado, no hubiese dicho de él el Bautista: No soy digno de desatar la correa de sus sandalias. Por tanto, esté vigilante una obediencia inteligente; no se infiltre una rigidez orgullosa. «Yo – dirá alguno – cumplo el Evangelio, pues camino descalzo». «Tú puedes, yo no». Conservemos lo que juntos hemos recibido; que el amor nos haga arder: amémonos unos a otros. Y así sucederá que yo amo tu fortaleza y tú soportas mi debilidad.

Sermón 101, 5-7

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