Evangelio del XXVII Domingo del T.O., según San Agustín (Mc 10, 2-16)

San Agustín, al comentar este evangelio señala que igual que Jesús amó y se entregó a la Iglesia, eso mismo deben hacer los esposos entre sí.

San Agustín al comentar el pasaje del evangelio de Marcos (Mc 10, 2-16) de este domingo, hace referencia a Jesús. Él pone un paralelismo entre Jesús y la Iglesia, e igual que Jesús amó y se entregó a la Iglesia, eso mismo deben hacer los esposos entre sí. En el fondo nos habla del amor de Dios, y para enseñarnos a amarnos entre nosotros, él mismo bajó a la tierra y nos amó, tomó nuestra carne y su unió a su esposa la Iglesia.

“Vosotros sois el cuerpo de Cristo y miembros suyos cada uno». Si, pues, son el cuerpo de Cristo y miembros de una sola persona, no hagas dos. Él abandonó padre y madre y se unió a su esposa para ser dos en una sola carne. Abandonó a su Padre, porque aquí no se manifestó en su forma igual al Padre, sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo. Abandonó también a su madre, la sinagoga, de la que nació según la carne. Se unió a su esposa, es decir, a la Iglesia. Al mencionar este testimonio manifestó la indisolubilidad del matrimonio: ¿No habéis leído – dice – que ya desde el inicio Dios los hizo varón y mujer? Serán dos – dice – en una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre. ¿Qué significa dos en una sola carne? A continuación, lo dice: Pues no son dos, sino una sola carne. Nadie ascendió sino quien descendió.

Mas para que conozcáis que el esposo y la esposa son un solo hombre – según la carne de Cristo, no según su divinidad, pues nosotros no podemos ser lo que es él según la divinidad, dado que él es el creador, nosotros su criatura; él el hacedor, nosotros los hechos; él el hacedor, nosotros la hechura; mas para que fuéramos con él una sola cosa en él, quiso ser nuestra cabeza, recibiendo carne de la nuestra en que morir por nosotros -; para que conozcáis, pues, que este conjunto constituye el único Cristo, dijo por el profeta Isaías: Como a un esposo me ciñó el turbante y como a una esposa me vistió de gala. Él mismo es esposa y esposo. Él mismo es ciertamente, como cabeza, esposo; como cuerpo, esposa. Pues – dice – serán dos en una sola carne; y es una sola carne, no ya dos.

Por tanto, hermanos, siendo miembros de su cuerpo, a fin de comprender este misterio, vivamos – según dije – piadosamente y amemos a Dios con desinterés”.

Sermón 91, 7-9

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