Evangelio del XXV Domingo del T.O., según San Agustín

En el Evangelio de hoy Jesús propone el camino de la humildad, de la entrega; del amor hasta entregar la vida.

En tiempos de Jesús y en nuestro propio tiempo, vemos como nos agrada que nos consideren grandes, importantes. Queremos ser los primeros en todo. Pero Jesús nos pone el ejemplo de un niño, de un ser pequeño, humilde. Así nos enseña que ese fue el camino que él escogió y que nos invita a seguir: el camino de la humildad, de la entrega, del amor hasta entregar la vida.

Humildad

“Tome el medicamento de la humildad. Contra la hinchazón, beba la pócima amarga, pero saludable; beba la pócima de la humildad. ¿Por qué se encoge? Lo que no le permite entrar es su volumen; no es cuestión de magnitud, sino de hinchazón. Porque lo grande tiene consistencia; lo hinchado, inflamación. El hinchado no se considere grande; reduzca su hinchazón para ser grande, para hallarse seguro y consistente. No ambicione estas cosas: no se gloríe de la pompa de las cosas huidizas y corruptibles.

Oiga al mismo que dijo: Entrad por la puerta estrecha; y también: Yo soy el camino. Pues como si el hinchado le preguntase: «¿Por dónde voy a entrar?», le dice: «Yo soy el camino. Entra por mí: camina por mí para entrar por la puerta. Pues como dije: Yo soy el camino, de igual manera dije: Yo soy la puerta». ¿Por qué buscar por dónde volver, a dónde volver, por dónde entrar? Para que no te extravíes por ningún lugar, él se hizo todo eso para ti. Brevemente, pues, te dice: «sé humilde, sé manso».

Escuchemos cómo dice esto con toda claridad para que veamos por dónde va el camino, cuál es el camino, a dónde va el camino. ¿A dónde quieres ir? Quizá movido por la avaricia quieras poseer todo. Todo me lo ha entregado mi Padre -dice-. Tal vez dirás: «Lo entregó a Cristo, sí, pero ¿acaso me lo entregó a mí?» Escucha al Apóstol que dice; escucha -como dije poco ha-, para que no te quiebre la desesperación. Escucha cómo fuiste amado cuando no lo merecías; escucha cómo fuiste amado siendo impúdico, feo, antes de que se hallase en ti algo digno de ser amado. Fuiste amado primero, para hacerte digno de ser amado.

Entrega

Como dice el Apóstol: Pues Cristo murió por los impíos. ¿O es que un impío merecía ser amado? Te pregunto qué merecía un impío. «Ser condenado» -respondes-. No obstante, Cristo murió por los impíos. Advierte lo que se te ha otorgado a ti, impío como eres. Cristo murió por los impíos. Mas tú ambicionabas poseer todo. Busca eso mismo, pero no movido no por la avaricia, sino por la piedad, pues si lo buscas así, lo poseerás. Retendrás a aquel que hizo todas las cosas y con él las poseerás todas.

Escucha al mismo Apóstol que dice: Quien no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo es que no nos dio con él también todas las cosas? ¡Avaro!, advierte que tienes todas las cosas. Desprecia todo lo que amas y que te cierra el paso a Cristo y sujétale a él en quien puedas poseer todo. Pues, siendo médico que, aunque no necesitaba en absoluto de tal medicamento, para exhortar al enfermo bebió él mismo aquello de lo que no tenía necesidad, como dirigiendo la palabra a quien lo rehusaba; para levantar el ánimo de quien temía beberlo, lo bebió él primero.” 

Sermón 142, 5-6

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