Evangelio del II Domingo de Adviento, según San Agustín

En el segundo domingo del Adviento vemos a San Juan, el precursor, la voz que clama en el desierto que iba a preparar los caminos del Señor.

En el evangelio de este segundo domingo del Adviento vemos a San Juan, el precursor, la voz que clama en el desierto. Es esa voz anunciada ya por Isaías que iba a preparar los caminos del Señor. Y, como dice San Agustín, San Juan esa voz que clama, anunciar, pero la Palabra es Cristo.

La importancia de San Juan es grande, pero, aun así, él no se considera grande, importante. Aprendamos para nuestra vida a ser como Juan, anunciadores, evangelizadores de la Palabra con mayúsculas que es Jesucristo.

Profetas

Antes de Juan hubo profetas; hubo muchos, grandes y santos, dignos y llenos de Dios, anunciadores del Salvador y testigos de la verdad. Sin embargo, de ninguno de ellos pudo decirse lo que se dijo de Juan: Entre los nacidos de mujer, no ha surgido nadie mayor que Juan Bautista. ¿Qué significa esta grandeza enviada delante del Grande? Fue enviada como testimonio de sublime humildad. Era, en efecto, tan grande que podía pasar por Cristo. Pudo Juan abusar del error de los hombres y, sin fatiga, convencerles de que él era el Cristo, cosa que ya habían pensado, sin que él lo hubiese dicho, quienes lo escuchaban y veían. No tenía necesidad de sembrar el error; le bastaba con confirmarlo. Pero él, amigo humilde del esposo, lleno de celo por él, sin usurpar adúlteramente la condición de esposo, da testimonio a favor del amigo y confía la esposa al que es el auténtico esposo.

Dar testimonio

Pudiendo pasar por Cristo, prefirió dar testimonio de Cristo y encarecerlo a él; humillarse antes que usurpar su persona y engañarse a sí mismo. Con razón se dijo de él que era más que un profeta. En efecto, el Señor mismo habla de los profetas anteriores a su venida en estos términos: Muchos profetas y justos quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron. Advierte que aquellos hombres, llenos del Espíritu Santo hasta el punto de anunciar la venida de Cristo, deseaban, si les fuera posible, verlo ya presente en la tierra. Razón por la que aquel Simeón difería el abandonar esta vida hasta ver nacido a aquel por quien fue creado el mundo. Y él ciertamente vio a la Palabra de Dios en la carne de un niño que aún no hablaba; pero aún no enseñaba, aún no se había constituido en maestro quien junto al Padre era ya maestro de los ángeles.

La voz

Investiguemos cuál es la diferencia entre la voz y la palabra. He aquí dos cosas ordinarias: la voz y la palabra. ¿Qué es la voz? ¿Qué es la palabra? ¿Qué son? Escuchad algo que tenéis que experimentar en vosotros mismos. Una palabra no recibe ese nombre si no significa algo. En cuanto a la voz, en cambio, aunque se trate solamente de un sonido o un ruido sin sentido, como el de quien da gritos sin decir nada, puede hablarse, sí, de voz, pero no de palabra.

La palabra

Supongamos que uno dejó caer un gemido: es una voz; o profirió un lamento: es también una voz. Se trata de cierto sonido informe que lleva o produce en los oídos un cierto ruido, sin ningún significado. La palabra, en cambio, si no significa algo, si no aporta una cosa externamente al oído y otra internamente a la mente, no recibe tal nombre. Así, pues, si habéis percibido ya la distinción entre la voz y la palabra, escuchad algo que os causará admiración en estos dos, en Juan y en Cristo. La Palabra tiene un gran valor aun si no la acompaña la voz; la voz sin palabra es algo vacío.

Sermón 288, 2-3

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