Evangelio del XXXI Domingo del T.O., según San Agustín: «Recibe hambriento la verdad, te venga de donde te venga» (Mt 23, 1-12)

Hoy San Agustín nos da una buena enseñanza entre la lucha entre buenos y malos en la Iglesia, no discutir tanto sobre eso, sino centrarnos en lo importante que es recibir como un hambriento la verdad que viene de Cristo. Cuántas veces no perdemos el tiempo enzarzándonos en disputas sobre quien es el bueno, quien hace las cosas bien, y nos olvidamos de lo más importante: centrarnos en el bien de la Iglesia. Dejemos el juicio a Dios y nosotros busquemos siempre la Verdad que viene de Dios.

Los buenos

De acuerdo con la palabra del Señor, en la Iglesia tenemos dos clases de hombres: buenos y malos. ¿Qué dicen los buenos cuando predican?: Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo. ¿Qué dice la Escritura de los buenos?: Sed ejemplo para los fieles. Esto me esfuerzo por ser; qué sea en realidad, lo sabe aquel ante quien gimo.

Los malos

Respecto a los malos, se dijo otra cosa: En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos, haced lo que os dicen, pero no lo que hacen. Estáis viendo como la cátedra de Moisés, de la que es sucesor a la cátedra de Pedro, se sientan también malos; y, sin embargo, enseñando el bien, no perjudican a los oyentes. ¿Por qué abandonasteis la cátedra por la presencia de los malos? Vuelve a la paz, regresa a la concordia, que no te molesta. Si enseño el bien y obro el bien, imitadme; si, por el contrario, no cumplo lo que enseño, tienes el consejo del Señor: haz lo que enseño más no lo que hago, en todo caso, nunca es nunca abandones la cátedra católica.

San Agustín

He aquí que en el nombre del señor he de marcharme y ellos han de seguir hablando. ¿Se acabará alguna vez? Ya de entrada desentenderos de mi defensa personal. Nada le digáis al respecto; respondedles más bien, hermanos, sobre lo referente al punto que nos separa: «El obispo Agustín está dentro de la Iglesia católica, lleva su propia carga y de ella ha de dar cuenta a Dios. Sé que está entre los buenos; si es malo, él lo sabrá; y aunque sea bueno, no tengo en él mi esperanza.

Esto he aprendido ante todo de la Iglesia católica: a no poner mi esperanza en hombre alguno. Es muy comprensible que vosotros, que habéis puesto vuestra esperanza en los hombres, dirijáis vuestros reproches al hombre«. Si me acusan a mí, despreciad también vosotros tales acusaciones: Conozco el lugar que ocupo en vuestro corazón porque conozco el que ocupáis vosotros en el mío. No luches contra ellos por causa mía. Pasad de todo lo que os digan sobre mí, no sea qué esforzándoos en defender mi causa, abandonéis la vuestra.

La Verdad

Tal es vuestro obrar astuto: no queriendo y temiendo que hablemos de la causa que representan, nos ponemos ante nosotros otras cosas para apartarnos de ello; de esta forma, mientras nos defendemos, nos nosotros dejamos de acusarles a ellos. En verdad, tú me llamas malo; yo puedo añadir innumerables cosas más; quita eso del medio, deja mi caso personal, céntrate en el asunto de fondo, mira por la causa de la Iglesia, considera dónde estás. Recibe hambriento la verdad te venga de donde te venga, no sea que jamás llegue el pan a tu mano, por pasar el tiempo reprochando, lleno de fastidio y calumniando al recipiente que lo contiene. 

Comentario al salmo 36, 3, 20.

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