Evangelio del XXX Domingo del T.O., según San Agustín: «Donde existe la caridad plena y perfecta no puede haber pecado» (Mt 22, 34-40)

Hoy San Agustín nos enseña dónde está la raíz de toda vida cristiana: amar. Con este precepto se resume todo, es la raíz, el centro de todo porque quien ama, ama a Dios y en Dios a todos los hermanos y así mismo. Por lo tanto, quien no ama, o ama erróneamente, está en el pecado y está lejos de Dios.

La plenitud de la ley es el amor, porque quien ama no puede hacer ningún daño a nadie, ni buscar el mal de los demás. Por eso, esforcémonos por hacer crecer nuestra caridad, que nuestra vida está centrada en amar a Dios, en llevar a los hermanos a Él, porque no hay otro camino para encontrarnos con Dios.

Amar

En consecuencia, ama a Dios y ama al prójimo como a ti mismo. Veo que al amar a Dios te amas a ti mismo. La caridad es la raíz de todas las obras buenas. Como la avaricia es la raíz de todos los males, así la caridad lo es de todos los bienes. La plenitud de la ley es la caridad. Por tanto, no voy a tardar en decirlo: quien peca contra la caridad, se hace reo de todos los preceptos. En efecto, quien daña a la raíz misma, ¿a qué parte del árbol no daña? ¿Qué hacer, pues? Quien peca contra la caridad se hace reo de todos los preceptos; esto es absolutamente cierto, pero distinto es el modo como peca contra ella el ladrón, el adúltero, el homicida, el sacrílego y el blasfemo. Todos pecan contra la misma caridad, puesto que donde existe la caridad plena y perfecta no puede haber pecado. Es ella misma la que crece en nosotros para llegar alguna vez a la perfección, y a tal perfección que no admita adición alguna.

El pecado

Cuando sea tan perfecta que no pueda crecer ni aumentar más, desaparecerá todo pecado. Pero ¿cuándo se dará esto sino cuando la muerte sea absorbida en la victoria? Puesto que no habrá absolutamente ningún pecado, se dirá entonces: ¿Dónde está, oh muerte, tu contienda? ¿Dónde, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde? He aquí que no existe; he aquí que ya no punzas, ya no abates. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Y qué significa: «Dónde está tú aguijón»? Escucha a quien te lo explica: El aguijón de la muerte es el pecado. En consecuencia, hermanos, quien comete aun los pecados más pequeños, es reo de todos; y quien comete algún otro mayor y más vituperable, es también reo de todos.

Uno lo es en mayor medida y otro en menor; pero ambos reos de todos, de forma que en la diversidad de los pecados sólo haya que preguntar por el más y el menos. Cometió un robo: si tuviera caridad, no lo hubiese cometido, pues -dice el apóstol- no adulterarás, no matarás, no robarás, no apetecerás y cualquier otro precepto que exista se reduce a esto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor al prójimo no obra el mal. La plenitud de la ley es la caridad. Por consiguiente, tanto el que comete un robo como el que adultera son reos de todos los preceptos porque han dañado la caridad. ¿Cómo, pues, no ajó todo si dañó la raíz? Pero uno la dañó más, otro menos.

Sermón 179 A, 5

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