
En la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz vemos a Cristo exaltado en la cruz. Él ha descendido del cielo para que nosotros, por él, subamos al Padre. Nosotros por la fe de Cristo, igual que él ascendió al cielo, estamos invitados a ir con él al cielo.
El cielo
Y sigue: Y nadie ha ascendido al cielo, sino quien ha descendido del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. Fijaos, estaba aquí y estaba en el cielo; aquí estaba por la carne, en el cielo estaba por la divinidad; mejor dicho, por la divinidad en todas partes. Nació de la madre sin separarse del Padre. Conocemos dos nacimientos de Cristo: uno divino, otro humano; uno mediante el que fuésemos hechos, otro mediante el que fuésemos rehechos; ambos admirables; éste sin madre, aquél sin padre. Pero, porque de Adán había recibido el cuerpo, pues María viene de Adán, y porque él iba a resucitar ese cuerpo, había dicho cierta cosa terrenal: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
En cambio, dijo cierta cosa celestial: Si alguien no hubiere renacido de agua y de Espíritu, no verá el reino de Dios. ¡Ea, hermanos! Dios ha querido ser el Hijo del hombre y ha querido que los hombres sean hijos de Dios. Él ha descendido por nosotros; subamos nosotros por él.
La esperanza
Si, pues, nadie sino él ha descendido y ascendido, ¿qué esperanza tienen los demás? Los demás tienen la esperanza de que ha descendido precisamente para que en él y con él fuesen un solo individuo quienes mediante él iban a subir. El Apóstol afirma: No dice «y a las descendencias», como respecto a muchas; sino, como respecto a una sola, «y a tu descendencia», que es Cristo.
A los fieles dice: Por vuestra parte sois de Cristo; ahora bien, si sois de Cristo, sois, pues, descendencia de Abrahán. Ha dicho que todos nosotros somos ese «uno» de que ha hablado. A veces, en los salmos cantan varios, precisamente para que se muestre que de varios se hace un único individuo; a veces canta uno solo, para que se muestre qué se hace de varios. Por eso era sanado uno solo en aquella piscina, y cualquier otro que descendía no era sanado.
Comentario del evangelio de san Juan 12, 8-9