Evangelio del XVII Domingo del T.O., según San Agustín: «Odiaba en ellos sus maldades y amaba tu criatura» (Mt 13, 44-52)

Evangelio del XVII Domingo del T.O., según San Agustín

En este Evangelio Jesús nos sigue hablando de que los ángeles separarán buenos y malos, por eso hay que saber dejar todo lo que estorba para comprar el tesoro escondido, la perla buena.

Pero hay que tener cuidado en no caer en el error de creernos buenos y juzgar a los demás. San Agustín nos invita a que odiemos el pecado, a que nos separemos del pecado, pero que amemos al pecador, al que se haya podido equivocar. Porque, si lo hacemos así, podremos acercarle al amor de Dios.

Así que pidámosle a Dios que nos ponga a prueba para que descubramos que albergamos en el corazón, si el centro de nuestra vida es su amor o nuestros propios intereses que nos separan de Dios.

Amar y orar

El odiar con odio perfecto consiste en no odiar a los hombres por los vicios y en no amar a los vicios por los hombres. Pues atiende a lo que añade: Se me hicieron enemigos declarados; ya manifestó que no son tan sólo enemigos de Dios, sino también suyos. Luego ¿cómo se compagina en ellos lo que éste dijo: Por ventura no odié a los que te odian; y lo que mandó el Señor: Amad a vuestros enemigos? ¿Cómo cumple esto? Con aquel odio perfecto, de suerte que odia en ellos aquello por lo que son inicuos y ama aquello por lo que son hombres. Pues también en el tiempo del Viejo Testamento, en el que el pueblo carnal era castigado con visibles calamidades, el hombre que pertenecía por el conocimiento al Nuevo Testamento, el siervo de Dios Moisés, ¿cómo odiaba a los pecadores, siendo así que oraba por ellos? ¿Y cómo no los odiaba, siendo así que los mataba? Porque los odiaba con odio perfecto. Con tal perfección odiaba la iniquidad que castigaba, que al mismo tiempo amaba la humanidad por la que oraba.

Presencia

Luego como el Cuerpo de Cristo ha de ser apartado al fin del mundo de los inicuos y perversos y gime ahora mientras tanto entre ellos, y como aquellos pecadores muertos que calumnian a los buenos por el trato con los malos, y que más bien se separan de los buenos e inocentes por motivo de los malos, de tal modo toman vanamente a sus ciudades, que aún faltan muchos malos que no les siguen en su separación, sino que permanecen en la misma mezcla que debe ser tolerada por los buenos hasta el fin, ¿qué hace entre estos acontecimientos el Cuerpo de Cristo, ya lleve el fruto del ciento, del sesenta o del treinta por uno tolerando? ¿Qué hace la allegada a Cristo en medio de las hijas como lirio entre espinas? ¿Cuál es su voz? ¿Cuál su conciencia? ¿Cuál la hermosura interior de la hija del Rey?

Dios te conoce

Oye lo que dice: Pruébame, Dios, y conoce mi corazón. Tú que eres Dios, prueba, conoce; no el hombre, no el hereje, que no sabe probar ni puede conocer mi corazón, en el cual tú pruebas y sabes que no consiento en los hechos de los perversos y ellos piensan que pudo contaminarme por los pecados ajenos; para que así, mientras que yo hago en mi lejana peregrinación lo que suspiro en otro salmo, a saber, con aquellos que odian la paz soy pacifico, hasta que llegue a la visión de paz, es decir, a Jerusalén, que es la madre de todos nosotros, ciudad eterna que se halla en el cielo, ellos, litigando, calumniando y separándose, reciban, no ciertamente en eternidad, sino en vanidad, a sus ciudades. Luego pruébame, Dios, y conoce mi corazón; escudríñame y conoce mis sendas.

Sermón 138, 28-29

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