
Del 4 al 27 de agosto, Patricia, Javier y Marga viajaron desde España hasta La Vega, en República Dominicana. Fueron con la ilusión de servir y la certeza de que, lo que recibirían sería tanto o más de lo que podían dar. Esta experiencia de voluntariado internacional esta organizada por el Secretariado de Misiones, Justicia y Paz de la Provincia de San Juan de Sahagún. Es una apuesta con la que se pretende promover el compromiso y la solidaridad con las misiones y la espiritualidad agustiniana.
Somos Comunidad
Han sido 23 días de servicio y esperanza, en la ciudad de La Vega, conociendo a miembros de la comunidad parroquial y a familias de la zona.
«Desde el primer día, los frailes agustinos nos acogieron como hermanos, compartiendo mesa, oración y vida cotidiana. La misa de la
mañana se convirtió en nuestra fuerza diaria», señalan los tres voluntarios que proceden de la Parroquia Santa María del Bosque, de Madrid y del Colegio San Agustín, de Alicante.
«Aunque veníamos de lugares distintos -añaden-, pronto nos unimos en un mismo equipo. Lo que comenzó como el deseo de ayudar, se transformó en la certeza de haber sido ayudados».
Cuando la fe lleva a la acción
El trabajo principal del grupo fue apoyar la labor de la ONG COPADESA, el brazo solidario de la parroquia que se concreta en varias acciones:
- Construcción de viviendas dignas para familias vulnerables.
- Operativos médicos masivos, donde cada atención venía acompañada de
cuidado y cercanía. - Entrega de leche, semolina y material escolar para niños.
- Microcréditos que apoyan a agricultores y mujeres emprendedoras.
Jacqueline, a quien todos llaman “Chiquita”, Polonia y Juvelki guiaron a los voluntarios, mostrando cómo la ayuda desde
España se transforma en cambios reales en la vida de la comunidad. La gratitud de las familias, a menudo con lo poco que tenían, nos enseñó la verdadera generosidad.
La alegría de niños y jóvenes
En escuelas de los barrios de La Barranca y Bacui, los niños recibieron al grupo con sonrisas desbordantes: «Pintamos caras, organizamos torneos y bailamos bachata. Momentos sencillos que se convertían en celebración y enseñanza para nosotros».
Parte de la labor de los voluntarios durante estos días de agosto, consistió en participar en las Jornadas pastorales con los jóvenes de La Vega. Ellos constituyen el futuro de estas comunidades y serán los líderes de una Iglesia viva, comprometida y alegre.
Salud, solidaridad y esperanza
También colaboraron en operativos médicos con más de 50 voluntarios y repartieron alimentos a familias necesitadas, dentro del programa “Ningún niño desnutrido”: «Visitamos casas construidas gracias a la misión y conocimos mujeres que, con esfuerzo y microcréditos, sostienen a sus familias transformando trabajo en esperanza».
Más allá de la labor realizada en la República Dominicana, también disfrutaron de los paisajes, los sabores y descubrieron costumbres que no conocían y que recordarán para siempre. «Pero lo más impactante fue la hospitalidad y la fe del pueblo -subrayan-. Personas que, aun con pocos recursos, confían en Dios y convierten la pobreza en una oportunidad para amar».
Comunidad y hermandad
Como sucede en experiencias de este tipo, el cansancio y las diferencias suelen poner a prueba, en algún momento, a los miembros del grupo. Pero forma parte del aprendizaje, escuchar y perdonar; entender al otro, para seguir caminando juntos.
Los voluntarios ya están de vuelta en España, cada uno retomando su rutina. Los tres son conscientes de que la misión no termina al cerrar la maleta. Ahora es el momento de compartir lo vivido y descubrir la huella que la experiencia ha dejado en ellos.
En los ecos del viaje, los tres manifiestan su deseo de comprometerse más con las personas necesitadas en sus comunidades de origen, en Madrid y Alicante.
«Regresamos transformados -cuentan-. Aprendimos que el Reino de Dios se construye con gestos pequeños, manos abiertas y corazones dispuestos a amar. Lo que vivimos no fue solo una misión. Fue un encuentro con Cristo vivo en los pobres, los niños y toda una comunidad que nos mostró el rostro alegre del Evangelio. La solidaridad no tiene fronteras. Lo que empieza con una maleta puede transformar
vidas… y corazones».





