Juan Stone se encontraba en el convento agustiniano de Canterbury cuando el 14 de diciembre de 1538 llegó un emisario del rey Enrique VIII con la orden de cerrar la casa.
Los religiosos o juraban fidelidad al rey, o huían fuera del país o afrontaban el riesgo del encarcelamiento. El padre Juan Stone tomó la decisión de negarse a firmar el juramento a la autoridad real.
Encarcelado, compareció ante Thomas Cromwell, consejero privado de Enrique VIII, pero nadie consiguió arrancarle la desobediencia a Roma. Se mantuvo firme en su convicción de que el rey “no podía ser cabeza de la Iglesia en Inglaterra, debiendo serlo un padre espiritual nombrado por Dios”, es decir, el Papa. Fue condenado a muerte por defender la unidad de la Iglesia y no someterse al rey Enrique VIII que había sido proclamado por el parlamento cabeza suprema de la Iglesia en Inglaterra.
En un primer momento, el Papa Clemente VIII honró a Enrique VIII con el título de Defensor de la fe por sus escritos contra Lutero, pero las tensiones entre Londres y Roma estallaron por asuntos matrimoniales que determinaron el cisma entre la Iglesia católica y la anglicana.
Condenado Juan Stone a sufrir la pena capital, fue ahorcado el 27 de diciembre de 1539 en una plaza de Canterbury. El Papa León XIII lo beatificó en 1886 y Pablo VI lo canonizó el 25 de octubre de 1970 junto con otros treinta y nueve mártires ingleses. El Papa Pablo VI decía en la ceremonia de canonización de Juan Stone junto con un grupo de mártires de Inglaterra y Gales:
“La Iglesia y el mundo de hoy tienen suma necesidad de estos hombres y mujeres, de toda condición y estado de vida, sacerdotes, religiosos y laicos, porque únicamente personas de una estatura y santidad así, serán capaces de cambiar el rostro atormentado de nuestro mundo y de conducirlo por los caminos de la paz deseada íntimamente, aunque no siempre de modo consciente, por todo ser humano”.