Mónica, madre y santa

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Cada 27 de agosto la Iglesia celebra la memoria de Santa Mónica, madre de San Agustín, reconocida por su fe constante, su vida de oración y su acompañamiento perseverante en el camino de conversión de su hijo. Su figura, profundamente vinculada a la espiritualidad agustiniana, se presenta como ejemplo de esperanza y confianza en Dios, especialmente en medio de las dificultades familiares y personales. El P. Santiago Insunza, OSA, ha elaborado la siguiente reflexión sobre Santa Mónica en esta conmemoración especial para la familia agustiniana.

La humanidad de los santos

Con las biografías de los santos habría que hacer lo mismo que se ha hecho con tantos templos que un día, por razones sanitarias o por una decisión de dudoso gusto artístico, se recubrió la piedra con estuco. Hay santos y santas que están reclamando una limpieza de la mano del rigor de la historia. No se han cubierto con escayola, pero sí con innumerables consideraciones y leyendas que, al final, encubren una biografía rigurosa.

Los santos no pueden ser fruto de la piedad popular, son hombres y mujeres en los que Dios ha reflejado su bondad, versiones históricas de las bienaventuranzas, traducciones con formulaciones distintas de las obras de misericordia. No contemplaron el gran espectáculo de la creación con ojos de topógrafo, sino más bien de espeleólogo. Vieron y vivieron la vida en profundidad, se movieron en este mundo nuestro con una robusta esperanza a pesar de que algunos libraron un pulso ininterrumpido con la adversidad, el dolor y la incomprensión. Los hubo que se movieron entre el placer del pecado y el placer del perdón.

Mónica, madre de familia

También Santa Mónica – figura estelar del calendario litúrgico agustiniano – necesitaría una operación de limpieza, de delicada restauración. Benedicto XVI habló de las conversiones de san Agustín (Audiencia general, 27 de febrero de 2008) y, en paralelo, podría hablarse de las conversiones de su madre. 

Caben algunas preguntas que están en el interlineado de todas las biografías de Mónica. ¿Por qué esa notoria atención a su hijo Agustín, cuando en la fotografía de familia era madre de otro varón – Navigio – y de una hija? ¿Preferencia por el hijo que destacaba en la escuela desde su primer contacto con las letras y con los números? El “abogado del diablo”, fiscal de la causa, menearía maliciosamente la cabeza porque amar a un hijo brillante es fácil y puede llevar a la altanería.

Quizás, sea más razonable pensar en que Agustín fue, desde pequeño, el hijo enfermizo que – a partir de haber sufrido un “dolor de estómago que le abrasaba” (Confesiones 1, 11, 17) – estuvo en trance de morir. Agustín, recordando la gravedad de aquel momento, recuerda haber solicitado “de la piedad de mi madre y de la madre de todos nosotros, tu Iglesia, el bautismo de tu Cristo, mi Dios y Señor” (Confesiones 1, 11, 17). 

A partir de entonces, Agustín fue el hijo necesitado de mayores cuidados maternales. Recuperada la salud, se olvidó – por parte de Mónica y de Agustín – el deseo de recibir el bautismo. No es que Mónica se hubiera despreocupado de la educación cristiana de sus hijos (cf. Confesiones 9, 9, 22; 1, 11, 17), pero, frecuentemente, el deseo de que los hijos alcancen el éxito profesional coloca otras pretensiones en un peldaño inferior.

Acompañando a San Agustín

El desvelo de Mónica por Agustín fue creciendo, al tiempo que la curiosidad y el crecimiento de su hijo le fue poniendo en contacto con grupos y sectas liderados por engañados y engañadores. Agustín estuvo un tiempo atado a la tentación del triunfalismo, Mónica saboreaba la admiración que causaban sus palabras. Madre e hijo van purificando sus deseos y alejándose de los aplausos.

Dios se vale de un listado de mediadores humanos que van quitando las escamas de los ojos de Agustín. Destaca en la lista su madre Mónica. En la relación venturosa entre madre e hijo hay luces y sombras. ¿Qué educador o educadora no dice algo inoportuno, no tiene un gesto que desmiente su mensaje? ¿Qué hijo no considera que su madre o su padre son, en ocasiones, una sombra impertinente?

No conviene magnificar la obra de santa Mónica, como tampoco maquillar en exceso a los santos. La conversión de Agustín fue gracia de Dios, abrazo entre la verdad y la belleza buscadas, y la verdad y la belleza reveladas en Jesucristo, encuentro con el Señor que había bebido piadosamente con la leche materna y lo conservaba en lo más profundo del corazón (cf. Confesiones 3, 4, 8).

Mónica, madre de Agustín, fue mujer firme en su fe, supo acompañar a su hijo, catequista desde la oración perseverante y el testimonio de vida, de lenguaje cauto y suficiente. Como el padre de la parábola de san Lucas, esperó el regreso de su hijo todos los atardeceres.  Educar, evangelizar…es saber esperar.

Mensaje del Prior General con motivo de Santa Mónica y San Agustín

Con ocasión de los días de la fiesta de Santa Mónica y de la solemnidad de San Agustín, dos fechas importantes para la Orden de San Agustín, el Prior General, P. Alejandro Moral, ha escrito un mensaje dirigido a los religiosos y laicos de la familia agustiniana, en el que les invita a conocer más a San Agustín, profundizando en el estudio de su pensamiento, sus obras y espiritualidad: «Aprovechad estas celebraciones para gozar serenamente y profundamente de Dios, de la vocación a la que hemos sido llamados, de la figura de nuestro Padre San Agustín, de sus escritos y de su pensamiento».

Pincha aquí para descargarte el mensaje del Prior General con ocasión de la festividad de Santa Mónica y San Agustín.

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