En este pasaje del evangelio de Marcos (Mc 10, 46-52) vemos como al salir Jesús de Jericó un mendigo ciego le grita para llamar su atención y él le escucha. San Agustín nos explica en el sermón sobre este texto cómo podemos entender hoy ese grito de los ciegos. Nos invita a que también nosotros gritemos a Dios ayudando a los hermanos que tenemos cerca y nos necesitan. Para que nuestra fe, se centre en Cristo Jesús que se humilló, se hizo hombre para que nosotros podamos llegar a Dios.
Compasión
“Prestad atención ahora, amadísimos. El Señor pasaba, los ciegos gritaban. ¿Qué significa «pasaba»? Que hacía obras transitorias. Nuestra fe se edifica en conformidad con estas obras transitorias. Creemos, en efecto, en el Hijo de Dios: no sólo que es la Palabra por la que fueron hechas todas las cosas. Pues si hubiera permanecido siempre en la forma de Dios en la que es igual a Dios, no se hubiera anonadado tomando la forma de siervo, ni le hubieran sentido los ciegos para poder gritarle. Mas al realizar obras transitorias, es decir, al humillarse, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz, gritaron los dos ciegos: Ten compasión de nosotros, hijo de David. Pues el hecho mismo de que el señor y creador de David quiso ser también hijo suyo, lo realizó en el tiempo, lo hizo pasando.
Gritar a Dios
Pero ¿qué es, hermanos, gritar a Cristo sino adecuarse a la gracia de Cristo con las buenas obras? Digo esto, hermanos, no sea que hagamos excesivo ruido de palabra, pero callen nuestras costumbres. ¿Quién es el que grita a Cristo para que le haga desparecer la ceguera interior cuando pasa, es decir, cuando nos dispensa los misterios temporales con los que se nos exhorta a adquirir los bienes eternos? ¿Quién es el que grita a Cristo? Quien desprecia al mundo grita a Cristo. Quien desprecia los placeres mundanos grita a Cristo. Quien reparte, da a los pobres para que su justicia permanezca por los siglos de los siglos, grita a Cristo. Quien dice, no con la lengua, sino con la vida: El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo grita a Cristo. Grita a Cristo el que reparte y da a los pobres para que su justicia permanezca por los siglos de los siglos.
La escucha
Quien escucha sin hacerse el sordo: Vended vuestras cosas y dad lo obtenido a los pobres; procuraos bolsas que no envejecen, un tesoro inagotable en el cielo, como si oyese el ruido de los pasos de Cristo que pasa, grite en cuanto ciego por estas cosas, es decir, hágalas realidad. Su voz sean sus hechos. Comience a despreciar al mundo, a distribuir de su abundancia, a tener en nada lo que los hombres aman: desprecie las injurias, no desee vengarse, prepare la mejilla al que le golpea, ore por su enemigo; si alguien le quita lo suyo, no lo exija; si, al contrario, ha quitado algo a alguien, devuélvale el cuádruplo”.
Sermón 88, 11-12