En el pasaje del llamado joven rico (Mc 10, 17-30), vemos cómo Jesús no se deja llamar Maestro bueno, aunque lo sea. Lo hace para resaltar la Bondad de Dios y le anima a que se atreva a dejar todo en las manos de Dios, sus riquezas y que le siga solo a Él. San Agustín nos recuerda que dentro de nosotros tenemos mucho bien, que procede de Dios, pero también mucho mal, que viene de nosotros y nuestro pecado.
Por eso nos invita a vivir de la gracia de Dios para que podamos participar de su vida, y de ser de verdad hijos adoptivos, amados por Dios.
Hombre bueno
“Considerando tus costumbres, te he llamado hombre bueno. Pero, tú, considerando las palabras de Cristo, dite a ti mismo: Nadie es bueno sino sólo Dios. Esto es verdad, pues la Verdad lo dijo. Con todo, no debo pensar que he dado un testimonio falaz o que he contradicho las palabras del Señor al llamarte a ti hombre bueno, cuando Él dijo: Nadie es bueno sino sólo Dios. En efecto, el mismo Señor se contradijo a sí mismo al decir: El hombre bueno saca cosas buenas del buen tesoro de su corazón. Dios es único en la bondad y no puede perder su privilegio. No es bueno por participar de bien alguno, ya que ese bien por el que Él es bueno no es sino Él mismo.
Cuando el hombre es bueno, recibe de Dios el serlo, y no puede serlo por sí mismo. Por el espíritu divino se hacen buenos los que son buenos, pues nuestra naturaleza creada es capaz de participar de Él mediante la propia voluntad. Para poder ser buenos tenemos que recibir y retener lo que nos da el que de suyo es bueno; despreciado lo cual, todo hombre es de suyo malo. Así, en tanto es bueno el hombre en cuanto obra rectamente, es decir, ejecuta consciente, amante y piadosamente el bien, y en tanto es malo en cuanto peca, es decir, en cuanto se aparta de la verdad, caridad y piedad. ¿Y quién está sin algún pecado en esta vida? Pero llamamos bueno a aquel en quien prevalece el bien, y óptimo a quien menos peca.
La Gracia
Por eso el mismo Señor, a esos que llama buenos porque participan de la divina gracia, los llama también malos por los vicios inherentes a la debilidad humana, hasta que todo el compuesto humano, curado de toda defectibilidad, pase a aquella vida en que ya absolutamente no pecará. En efecto, no a los malos, sino a los buenos enseñaba a orar, cuando les mandó diciendo: Padre nuestro, que estás en los cielos. Eran buenos porque eran hijos de Dios, no engendrados por naturaleza, sino adoptados por gracia, como aquellos que le recibieron y a los que dio facultad de hacerse hijos de Dios”.
Carta 153, 12-13