Hoy Jesús es tentado para poder acusarle que va contra el César. Jesús se defiende fácilmente: muéstrame la moneda. La moneda es del César, dársela al césar. Pero, ¿cuál es la moneda de Cristo?
San Agustín nos lo explica muy bien: el hombre. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, que es amar a Dios y amar a todas las personas. Por eso nos invita a que llevemos a Dios a todas las personas. Eso es amar bien a nuestros hermanos.
Amad a vuestros hijos
Extended vuestro amor, pero no solo hasta vuestros cónyuges e hijos. Este amor se halla también en las bestias y en los pájaros. Conocéis bien cómo esos pájaros y golondrinas aman a su pareja: incuban juntos los huevos, juntos nutren sus polluelos por una cierta y gratificante bondad natural, sin pensar en ninguna recompensa. En efecto, ningún pájaro dice: «Alimentaré a mis hijos para que, cuando llegue a viejo, me alimenten». Nada de esto piensa: su amor es gratuito, gratuitamente alimenta; manifiesta su afecto paterno, no busca recompensa. También nosotros; lo sé, me consta que así amáis a vuestros hijos. No son los hijos los que deben acumular bienes para los padres, sino los padres para los hijos.
Amad a Dios
De este argumento os valéis para fomentar vuestra avaricia: adquirís para vuestros hijos, para ellos lo reserváis. Pero extended vuestro amor, crezca ese amor: amar a los hijos y al cónyuge no es todavía el traje de boda. Tened fe en Dios. Antes amadle. Extended vuestro amor hasta Dios, y a cuantos podáis, arrastradlos hacia Dios. ¿Es un enemigo? Arrástralo hacia Dios. ¿Es un hijo, la esposa, un siervo? Arrástralo hacia Dios. ¿Es un forastero? Arrástralo hacia Dios. ¿Es un enemigo? Arrástralo hacia Dios. Arrástralo, arrástralo hacia Dios; si lo arrastras, dejará de ser tu enemigo. Progrese y nútrase la caridad, de tal modo que, nutriéndose, se perfeccione; vístase de igual manera el traje de boda; de este modo también, progresando, escúlpase de nuevo la imagen de Dios según la cual hemos sido creados. Pues por el pecado se había oscurecido, se había deteriorado. ¿Cómo se oscureció? ¿Cómo se deterioró? Rozando la tierra. ¿Qué es ese rozar la tierra?
Buscad la verdad, no la vanidad
Desgastarse por los afanes terrenos. En efecto, aunque el hombre camine en imagen, en vano se inquieta. En la imagen de Dios se busca la verdad, no la vanidad. Esculpamos de nuevo, mediante el amor a la verdad, la imagen según la cual fuimos creados, y devolvamos a nuestro César su propia imagen. Esto habéis escuchado en la respuesta del Señor a los judíos que le tentaban: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo, es decir, la imagen y su inscripción. Mostradme lo que tributáis, lo que preparáis, lo que se os exige; enseñádmelo. Le presentaron un denario, y preguntó de quién era la imagen y la inscripción. Le respondieron: Del César. También este César busca su imagen. El César no quiere que perezca lo que él ordenó y Dios no quiere que perezca lo que él hizo. El César, hermanos míos, no fabricó la moneda, la fabrican los que la acuñan; se ordena a los artesanos que la fabriquen; la mandó fabricar a sus funcionarios. La imagen estaba grabada en la moneda; en la moneda se halla la imagen del César. Con todo, se busca lo que otros imprimieron: uno atesora monedas, otro no quiere quedarse sin ellas. Moneda de Cristo es el hombre. En él está la imagen de Cristo, en él el nombre de Cristo, el don de Cristo y los deberes impuestos por Cristo.
Sermón 90,10