Evangelio del XXIV Domingo del T.O., según San Agustín

Comentando este Evangelio, San Agustín nos recomienda centrar nuestras jornadas, en la vida que no se acaba.

Comentando este pasaje bíblico, San Agustín nos recomienda centrar nuestra vida en la vida que no se acaba. Así entiende él cuando en el Evangelio leemos el negarse a sí mismo. Negar vivir centrado en la vida temporal como si no hubiera nada más. Por eso, si vivimos centrado en Dios y confiando en la vida eterna, viviremos amando esta vida poniendo el centro de nuestras vidas, en la vida que Dios nos ofrece: vida eterna feliz junto a Él.

Veamos, pues, qué es el niéguese a sí mismo. Pues grande es, amados hermanos, la recompensa que se nos propone. Acabamos de escuchar la confesión del bienaventurado mártir Cipriano: «Yo adoro a un único Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en ellos». Calla Dios, pero hablan sus obras. Ved a qué Dios, a cuál Dios; mejor, no tal o cual, sino simplemente el Dios en quien creyó Cipriano. ¿Qué significa, entonces, niéguese a sí mismo? Niégate. ¿Y qué significa esto? ¿Se te obliga a negar a Dios? Niégate a ti, pero no niegues a Dios.

Negarse a uno mismo

No ames esta vida temporal y no te opongas a la vida eterna; más aún, cede ante la vida eterna para hacerte eterno también tú; niégate para confesar a Dios; niégate, hombre, para ser hecho como los ángeles; niégate, hombre mortal, para que, después de haber confesado a Dios, merezcas vivir por siempre. Advierte que amas la vida temporal: no quieres negarla a ella, pero quieres negar a Dios. Si Dios, a quien negaste y a quien no quisiste confesar, se aparta de ti, tendrás la vida temporal, que no quisiste negar.

Veamos, pues, por cuánto tiempo has de durar en esta vida. Llegará el mañana, y después del mañana, otro día, y después de muchos más llegará el fin. ¿Y adónde irás? ¿Adónde saldrás? Ciertamente, hacia Dios, a quien negaste. ¡Oh desgraciado e infeliz! Has negado a Dios y, quieras o no, has perdido también la vida temporal.

En efecto, esta vida, hermanos amadísimos, queramos o no, pasa, corre; neguémonos, pues, en esta vida temporal para merecer vivir por siempre. Niégate a ti, confiesa a Dios. ¿Amas tu alma? Piérdela. Pero me dirás: «¿Cómo voy a perder lo que amo?» Es lo que haces en tu casa. Amas el trigo, y esparces ese trigo que con tanto cuidado habías almacenado en tu granero, que con tanta fatiga de siega y trilla habías limpiado; ya guardado y limpio, cuando llega la sementera, lo arrojas, lo esparces, lo cubres de tierra para no ver lo que esparces. Mira cómo, por amor al trigo, esparces el trigo; esparce la vida por amor a la vida; pierde tu alma por amor a ella, puesto que, una vez que la hayas perdido por Dios en este tiempo, la encontrarás en el futuro para que viva eternamente. Esparce, pues, la vida por amor a la vida.

Sermón 313 D, 2.

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