El Evangelio nos invita a perdonar a todos, porque todos somos deudores del único que murió y resucitó por nosotros.
Por eso, nos pide perdonar, perdonar siempre, porque también nosotros somos perdonados. Demos el perdón a todo el que nos lo pida, porque también nosotros somos perdonados. No seamos como el siervo aquél, que fue perdonado, pero luego no quiso perdonar.
No retengamos como los avaros la riqueza de nuestro tesoro: nuestro perdón. Porque la mejor manera de tener, en este caso, es dando, dando amor, dando perdón.
Perdonad
Por tanto, si tu hermano peca contra ti siete veces al día y, volviéndose a ti, te dice: «me arrepiento», perdónale. No te canses de perdonar siempre al que se arrepiente. Si no fueras tú deudor, libremente podrías ser un acreedor severo; pero como eres un deudor que tiene un deudor y tú eres deudor de quien nada debe, mira lo que haces con tu deudor, pues eso mismo hará Dios con el suyo. Escucha y teme: Alégrese -dice- mi corazón, para que sienta temor a tu nombre. Si te alegras cuando se te perdona, teme no perdonar por tu parte. Pues el Salvador mismo manifestó cuán grande debe ser tu temor al presentar en el evangelio al siervo al que su amo le pidió cuentas y le encontró deudor de cien mil talentos. Mandó venderlo a él y cuanto poseía y que se le devolvieran. El siervo, postrado a los pies de su amo, comenzó a rogarle que le diese tiempo y mereció la condonación de la deuda.
Pero él, al salir de la presencia de su señor después de haberle sido perdonada la deuda entera, encontró también a su deudor, siervo como él, que le debía cien denarios y, sujetándolo por el cuello, comenzó a obligarle a que le pagara. Cuando le fue perdonada a él la deuda, se alegró su corazón, pero no en manera que temiera así el nombre del Señor, su Dios. El siervo decía a su consiervo lo mismo que el siervo había dicho al amo: Ten paciencia conmigo y te lo devolveré. Pero contestó: «No, me lo devuelves hoy». Fue informado de ello el amo de ambos y, como sabéis, no solo le amenazó con que a partir de aquel momento no le perdonaría nada en el caso de hallarle otra vez deudor, sino que hizo caer de nuevo sobre su cabeza todo cuanto le había condonado y mandó que le devolviera cuanto le había perdonado. ¡Cómo hemos de temer, hermanos míos, si tenemos fe, si creemos al evangelio, si no tenemos al Señor por un mentiroso! Temamos, prestemos atención, seamos precavidos, perdonemos. Pues ¿qué pierdes por el hecho de perdonar? Otorgas perdón, no dinero.
Y se os perdonará
Aunque tampoco debéis ser como árboles secos en cuanto al mismo dar dinero. Cuando distribuyes dinero al necesitado, das; cuando concedes perdón a quien ha pecado, perdonas. Una y otra cosa ve el Señor, una y otra cosa remunera, ambas cosas el Señor recomendó en un único pasaje: Perdonad y se os perdonará; dad y se os dará. Tú, en cambio, ni perdonas, ni das; mantienes la ira, conservas el dinero. Piensa; se trata de la ira, de la que no puedes librarte mediante el dinero: Los tesoros no serán de provecho para los malvados.
Sermon 114 A, 2