En el discurso sobre las cosas puras e impuras, los judíos se quedaban en lo exterior, pero Jesús no. Él habla del corazón de la persona, porque es el interior de uno el que mueve su vida. Por eso, San Agustín nos dice que Dios oye nuestro corazón, nuestro interior, como diríamos hoy en día, nuestras intenciones. Éstas muchas veces no las decimos en voz alta, pero son las que nos mueven a actuar de una manera o de otra.
Si únicamente hace inmundo al hombre lo que sale de la boca, y al oír esto en el evangelio lo entendemos de la boca corporal, es un absurdo y una gran necedad pensar que no se hace inmundo el hombre cuando come y sí cuando vomita, pues el Señor dice: No mancha lo que entra en la boca, sino lo que sale. ¿Cuándo comes no te haces inmundo, y sí cuando provocas? ¿Cuándo bebes no eres inmundo, y así cuando escupes? Pues, cuando escupes, sale algo de tu boca, y, cuando bebes, entra algo en ella. ¿Qué quiso dar a entender el Señor cuando dijo No mancha lo que entra en la boca, sino lo que sale?
De lo que rebosa el corazón
A continuación, en el mismo lugar declaró otro evangelista cuáles son las cosas que salen de la boca, para que entendiésemos que no se trata de la boca del cuerpo, sino de la del corazón, pues escribe: Del corazón salen los malos pensamientos, las fornicaciones, los homicidios, las blasfemias; éstas son las cosas que manchan al hombre; pero el comer sin lavarse las manos no mancha al hombre.
¿Cómo salen de la boca estas cosas, hermanos míos, si no es porque salen del corazón, conforme lo afirma el Señor? Por tanto, nadie diga que, cuando pronunciamos cosas malas, nos contaminan. Nadie diga que, cuando hablamos, salen de nuestra boca, ya que las palabras y las voces proceden de nuestra boca; y, por tanto, cuando pronunciamos cosas malas, nos contaminamos. Pues ¿qué acontece si alguno no habla, y, sin embargo, piensa cosas malas? ¿Por ventura está limpio, porque no salió nada de su boca corpórea? Ya le oyó el Señor la voz del corazón. Oíd, hermanos míos; atended a lo que digo. Nombro el hurto; ahora pronuncié la palabra hurto. ¿Acaso porque la proferí me contaminó el hurto? Ved que salió de mi boca, y, sin embargo, no me hizo inmundo.
Por el contrario, el ladrón aparece en la noche, no habla; pero, perpetrando el hurto, se hizo inmundo. Y no sólo no habla, sino que oculta el crimen en el mayor silencio, y hasta tal punto teme que se oiga su voz, que pretende no se le oiga ni respirar. ¿Acaso porque calla de esta manera es puro? Aún digo más, hermanos míos: he aquí que todavía permanece en su cama, no se ha levantado aún para perpetrar el hurto, pero está despierto y espera a que duerman los hombres; sin embargo, ya grita a Dios; ya es ladrón; ya es inmundo; ya salió el crimen de su boca interior. ¿Cuándo sale de la boca el crimen? Cuando la voluntad se determina a obrar. ¿Te resolviste a hacerlo?
Lo dijiste y lo hiciste. Si no cometiste materialmente el hurto, quizás no mereció perder nada aquel a quien te proponías robar; él, ciertamente, nada perdió; sin embargo, tú serás condenado de hurto. Determinaste matar a un hombre; hablaste en tu corazón, resonó de tu boca interior la voz de homicidio; aún vive el hombre, y tú serás castigado como homicida. Se pregunta lo que eres ante Dios, mas no lo que aún no apareces ante los hombres.
Habla la boca
Sin duda conocemos y debemos saber y retener que el corazón tiene boca y lengua. La boca se llena de gozo, y con ella interiormente rogamos a Dios cuando están los labios cerrados y la conciencia patente. Hay silencio; grita el corazón. Pero ¿a qué oídos? No a los del hombre, sino a los de Dios. Estate tranquilo; oye el que se compadece. Por el contrario, cuando ningún hombre oye las cosas malas, si proceden de tu boca interior, no te juzgues seguro, porque oye el que condena. Susana no fue oída por los jueces inicuos; callaba y oraba. No oían sus palabras los hombres; su corazón clamaba a Dios. ¿Acaso porque no profirió palabra alguna sensible no mereció ser oída? Fue oída; cuando rogó, ningún hombre lo supo.
Luego, hermanos, pensad lo que tenéis en la boca interior. Recapacitad para que no profiráis interiormente algún mal y no lo perpetréis fuera, pues nada puede hacer externamente el hombre sin haberlo dicho antes en su interior. Guarda la boca de tu corazón del mal y serás inocente. Inocente será la lengua de tu cuerpo, inocentes serán las manos; también serán inocentes los pies, serán inocentes los ojos, inocentes serán los oídos; todos tus miembros servirán a la justicia si el Emperador justo posee el corazón.
Comentario al salmo 125, 7-8