Evangelio del XVIII Domingo del T.O., según San Agustín:
«A quienes no tenéis el traje de boda, él os lo dará» (Mt 22, 1-14)

El Evangelio nos pone ante una parábola que llama mucho la atención, porque muestra cómo Jesús reprocha al comensal que ha sido recogido de entre los caminos, que no lleve un vestido de boda.

Por eso, San Agustín nos lo quiere explicar siguiendo al Apóstol San Pablo: la caridad. El vestido de boda no es otro que vestir a Cristo desnudo en la persona del pobre. Lo que le damos a los hermanos más necesitamos, se lo damos a Cristo.

La explicación es fácil, nadie es tan pobre que no pueda darse a los demás, nadie es tan menesteroso que no pueda compartir algo con los demás. Ese es el vestido de bodas que debemos ponernos, dar, darnos a los hermanos y el Señor será quien nos vista el traje de bodas.

El traje de boda

Entremos a la boda; dejemos fuera a otros que no vinieron a pesar de haber sido llamados. Centrémonos en los comensales, es decir, en los cristianos. Don de Dios es el bautismo; lo tienen buenos y malos. Los sacramentos del altar lo reciben tanto los buenos como los malos. Profetizó el inicuo Saúl, enemigo de David, varón santo y justísimo; profetizó mientras lo perseguía. ¿Acaso se dice que solo los buenos creen? También los demonios creen, pero tiemblan. ¿Qué haré? He sacado todo y aún no he llegado al traje de boda. He abierto mi fardo, he revisado todo o casi todo y aún no he llegado al traje. En cierto lugar el apóstol Pablo me presentó un gran fardo repleto de cosas extraordinarias; las expuso ante mí y yo le dije: «Muéstramelo si, por casualidad, has hallado en él el traje de boda». Comenzó a sacar las cosas una a una y a decir: Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles; aunque tuviera toda la ciencia y la profecía y toda la fe hasta trasladar los montes; aunque distribuyera todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas.

Él os lo dará

Magníficos vestidos; sin embargo, aún no ha aparecido el traje de boda. Preséntanoslo ya de una vez. ¿Por qué nos tienes en vilo, oh Apóstol? Quizá es la profecía el don de Dios que no tienen en común los buenos y los malos. Si no tengo caridad – dice – de nada me sirve. He aquí el traje de boda; ponéoslo, ¡oh comensales!, para estar a la mesa con tranquilidad. No digáis: «Somos pobres para poder tener ese traje». Vestid y seréis vestidos. Es invierno, vestid a los desnudos; Cristo está desnudo y a quienes no tenéis el traje de boda, él os lo dará. Corred a él, pedídselo. Sabe santificar a sus fieles, sabe vestir a los suyos que se hallan desnudos. Para que, teniendo el traje de boda, podáis no temer ser arrojados a las tinieblas exteriores, ser atado de miembros, manos y pies, nunca os falten las obras. Si os faltan, ¿qué va a hacer, si tiene las manos atadas? ¿Adónde va a huir, si tiene los pies atados? Poseed ese traje de boda, ponéoslo y estad tranquilos recostados a la mesa, cuando él venga a inspeccionar. Llegará el día del juicio. Se concede ahora un largo plazo; quien se hallaba desnudo vístase de una vez.

Sermón 95, 7

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