Evangelio del XIII Domingo T.O., según San Agustín: «A Dios llegamos con el afecto« (Mt 10, 37-42)

En el Evangelio de hoy, leemos un sermón donde San Agustín nos resume bien su doctrina del amor: a Dios llegamos amando.

Hoy leemos un sermón donde San Agustín nos resume bien su doctrina del amor: a Dios llegamos amando.

El Evangelio no nos quiere decir que no hay que amar a nuestros padres, familiares, sino que hay que amarles en Dios y desde Dios. Dios siempre tiene que ser el centro de nuestra vida cristiana y ordenar todo lo que hacemos y todo lo que amamos desde él.

Porque quien ama a Dios y por Dios a toda persona, todo lo que haga será por el bien del otro, no por su propio egoísmo.

Amar al mundo

En esta vida, toda tentación es una lucha entre dos amores: el amor al mundo y el amor a Dios; el que vence de los dos atrae hacia sí, como por gravedad, a su amante. A Dios llegamos con el afecto, no con alas o con los pies. Y, al contrario, nos atan a la tierra los afectos contrarios, no nudos o cadena alguna corporal. Cristo vino a cambiar el amor y hacer de un amante de la tierra, un amante de la vida celestial; por nosotros se hizo hombre quien nos hizo hombres; Dios asumió al hombre para hacer a los hombres dioses. He aquí el combate que se nos ha propuesto: la lucha contra la carne, contra el diablo, contra el mundo. Pero tenemos confianza, puesto que quien concertó el combate es espectador que aporta su ayuda y nos exhorta a que no presumamos de nuestras fuerzas.

En efecto, quien presume de ellas, en cuanto hombre que es, presume de las fuerzas de un hombre, y maldito todo el que pone su esperanza en el hombre. Los mártires, inflamados en la llama de este piadoso y santo amor, hicieron arder el heno de su carne con la leña resistente de su mente, pero llegaron íntegros en su espíritu hasta aquel que les había hecho arder. En la resurrección de los cuerpos se otorgará el debido honor a la carne que ha despreciado esas mismas cosas. Por esto fue sembrada en ignominia: para resucitar en gloria.

Amar a Dios

Ardiendo en este amor, o, mejor, para que ardamos en él, dice: Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí, y quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. No ha eliminado el amor a los padres, a la esposa, a los hijos, sino que lo ha colocado en el lugar que le corresponde. No dijo: «Quien ama», sino: quien ama más que a mí. Es lo que dice la Iglesia en el Cantar de los Cantares: Ordenó en mí el amor. Ama a tu padre, pero no más que al Señor; ama a quien te ha engendrado, pero no más que a quien te ha creado. Tu padre te ha engendrado, pero no fue él quien te dio forma, pues al procrearte ignoraba quién o cómo ibas a nacer. Tu padre te alimentó, pero no sacó de sí el pan para saciarte. Por último, sea lo que sea lo que tu padre te reserva en la tierra, él muere para que le sucedas, y con su muerte te hace sitio en la vida. En cambio, Dios es Padre, y lo que reserva, lo reserva juntamente consigo, para que poseas la herencia junto con el mismo padre y no tengas que esperar a que él muera para sucederle, sino que, permaneciendo siempre en él, te adhieras a quien permanece siempre. Ama, pues, a tu padre, pero no más que a tu Dios; ama a tu madre, pero no más que a la Iglesia, que te engendró para la vida eterna. Finalmente, deduce del amor que sientes por tus padres cuánto debes amar a Dios y a la Iglesia. Pues si tanto ha de amarse a quienes te engendraron para la muerte ¡con cuánto amor han de ser amados quienes te engendraron para que llegues a la vida eterna y permanezcas por la eternidad! Ama a tu esposa, ama a tus hijos según Dios, inculcándoles que adoren contigo a Dios. Una vez que te hayas unido a él, no has de temer separación alguna. Por tanto, no debes amar más que a Dios a quienes con toda certeza amas mal si descuidas llevarlos a Dios contigo. Llegará, quizá, la hora del martirio. Quieres confesar a Cristo. Quizá te sobrevenga, por confesarlo, un tormento temporal; quizá la muerte. Tu padre, o tu esposa, o tu hijo te agasajan para que no mueras, y con sus halagos te procuran la muerte. Si no te la procuran, entonces te vendrá a la mente: Quien ama al padre, o a la madre, o a la esposa o a los hijos más que a mí, no es digno de mí.

Sermón 344, 1-2

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