Evangelio del XI Domingo del T.O., según San Agustín: «Dios no abandona a sus ovejas» (Mt 9, 36-10, 8)

Hoy el Evangelio nos habla de la función de los pastores: acompañar a las ovejas, guiarlas con amor, llevarlas a Jesús.

Terminado el tiempo de pascua y en este segundo momento del tiempo ordinario, hoy en el evangelio nos habla de la función de los pastores: acompañar a las ovejas, guiarlas con amor, llevarlas a Jesús.

El pastor no tiene que buscar sus propios intereses, sino lo que va ser bueno para las ovejas a las que conduce, prepararlas para los momentos difíciles. No decir sólo palabras bonitas, sino decir lo que les conviene para seguir en el camino cristiano. Pero también las ovejas deben orar, preocuparse por sus pastores, para que no se desvíen del camino, para que sigan al único pastor, Jesucristo, nuestro Señor. Y tengamos cuidado… pastores hoy en día no son sólo los sacerdotes, sino toda persona que tiene una encomienda dentro de la comunidad cristiana.

Apacentar a las ovejas

Los pastores no se apacientan a sí mismos, sino a las ovejas. Este es el primer motivo por el que se censura a estos pastores: se apacientan a sí mismos, no a las ovejas. ¿Quiénes son los que se apacientan a sí mismos? Aquellos de quienes dice el Apóstol: Pues todos buscan sus intereses, no los de Jesucristo. En nosotros, a quienes el Señor nos puso -porque así él lo quiso, no por nuestros méritos- en este puesto del que hemos de dar cuenta con gran peligro, se dan dos aspectos que hay que distinguir: uno, que somos cristianos; otro, que estamos al frente de vosotros, en atención a vosotros mismos.

En el hecho de ser cristianos miramos nuestra propia utilidad; en el hecho de estar al frente de vosotros, la vuestra. Son muchos los que, siendo cristianos, sin estar al frente de otros, llegan hasta Dios, quizá caminando más ligeros, al llevar una carga menor. Nosotros, por el contrario, dejando de lado el hecho de ser cristianos, razón por la que hemos de dar cuenta a Dios de nuestra vida, estamos también al frente de vosotros, razón por la que debemos dar cuenta a Dios de nuestro servicio.

Orad por mí

Si os presento esta situación incómoda es para que, compadeciéndoos de mí, oréis por mí, pues llegará el día en que todo sea sometido a juicio. Aunque para el mundo esté lejano todavía, para cada hombre aquel día, el último de su vida, está cercano. Con todo, Dios quiso mantener oculto uno y otro: cuándo ha de llegar el fin del mundo y cuándo ha de ser el final de esta vida para cada uno de los hombres. ¿Quieres no temer a ese día oculto? Cuídate de estar preparado hasta que llegue. Puesto que los que están al frente de otros lo están precisamente para que miren por los que son sus súbditos, en el hecho de presidir no deben buscar su propia utilidad, sino la de aquellos a quienes sirven.

Todo el que está al frente de otros de manera que halla su gozo en estarlo, y busca su honor y sólo mira por sus intereses, se apacienta a sí mismo y no a las ovejas. A éstos se dirige la palabra del Señor. Escuchad vosotros como ovejas de Dios, y considerad cómo Dios os constituyó en seguridad: sean quienes sean los que os presidan, es decir, seamos nosotros como seamos, el que apacienta a Israel os dio seguridad. Pues, Dios no abandona a sus ovejas, y los malos pastores expiarán las penas merecidas y las ovejas recibirán lo que tienen prometido.

 Prepara tu ama

Para que la oveja débil no desfallezca en las pruebas futuras, no hay que engañarla con una falsa esperanza ni quebrantarla con el pánico. Dile: Prepara tu alma para la prueba. Pero quizá comienza a vacilar, a estremecerse, a no querer acercarse: tienes el remedio: Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados más de lo que podéis soportar.

En estas dos cosas consiste el fortalecer al débil: prometerle la asistencia de Dios y anunciarle los sufrimientos futuros. Curar a la herida consiste en prometer la misericordia de Dios a la que es demasiado temerosa y hasta está asustada por ello; misericordia que no consistirá en la falta de pruebas, sino en que Dios no permitirá que sea probada por encima de sus fuerzas. 

Sermón 46, 2.21

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