Evangelio del VI Domingo de Pascua, según San Agustín

En el evangelio de este domingo suena a despedida. El Señor avisa que se va a ir, pero dejará un regalo: su paz.

En el evangelio de esta sexta semana de Pascua nos va sonando a despedida. El Señor parece que nos va avisando que ya se va a ir, pero no nos dejará solos. Nos va a dejar un regalo: su paz. Por eso San Agustín en esta reflexión nos insiste en cómo debemos entender la paz, su paz. No como la entiende el mundo, sino como la vive él; no como las personas que buscan lo suyo, sino como él que quiere que vivamos con un solo corazón, concordes con él. Unámonos a su corazón, unámonos todos los que seguimos sus enseñanzas para vivir más cerca de Dios.

Paz, afirma, os dejo, mi paz os doy. Esto es lo que leemos en un profeta: Paz sobre paz. Paz nos deja quien va a irse, su paz nos dará quien al final va a venir; paz nos deja en esta era, su paz nos dará en la era futura; su paz nos deja, con la que si permanecemos en ella vencemos al enemigo; su paz nos dará cuando reinaremos sin enemigo; paz nos deja para que aun aquí nos queramos mutuamente, su paz nos dará donde nunca podamos disentir; paz nos deja para que, mientras estamos en este mundo, no nos juzguemos mutuamente acerca de nuestras cosas ocultas, su paz nos dará cuando manifieste los planes del corazón y entonces cada uno tendrá la alabanza, venida de Dios.

Paz es Él

En Él y de Él tenemos paz, bien la que nos deja cuando va a ir al Padre, bien la que nos dará cuando vaya a conducirnos al Padre. Ahora bien, al ascender desde nosotros mientras no se retira de nosotros, ¿qué nos deja sino a sí mismo?

Efectivamente, nuestra paz es Él en persona, que de una y otra realidad ha hecho una sola. Para nosotros, pues, él en persona es la paz, cuando creemos que es y asimismo cuando lo veamos como es. Pero ¿qué significa que donde confirma «paz os dejo» no ha añadido «mía» y, en cambio, donde nos dice «os doy», ahí ha dicho «mía»? ¿Acaso, porque puede también referirse a uno y otro pasaje lo que está dicho una sola vez, ha de sobreentenderse «mía» aun donde no está dicho?

¿Qué pasaría si de hecho quiso que por su paz se entienda ésta que él mismo tiene? Sin la menor duda ha de decirse que es nuestra más que suya esa paz que nos deja en este tiempo. En efecto, a él, que no tiene en absoluto pecado alguno, en su persona nada le opone resistencia; nosotros, en cambio, tenemos ahora una paz tal que en medio de ella digamos aún: Perdónanos nuestras deudas. Tenemos, pues, alguna paz porque según el hombre interior nos complacemos en la ley de Dios; pero no es plena, porque vemos en nuestros miembros otra ley, que opone resistencia a la ley de nuestra mente.

No como el mundo

Por otra parte, lo que el Señor ha añadido: No como el mundo la da, yo os la doy, ¿qué otra cosa significa sino «Yo la doy no como la dan los hombres que aman el mundo»? Éstos se dan la paz precisamente para disfrutar por entero, sin la molestia de pleitos y guerras, no de Dios, sino de su querido mundo; y, cuando a los justos dan la paz de no perseguirlos, no puede haber paz auténtica donde no hay concordia auténtica, porque están desunidos los corazones.

En efecto, como se llama consorte a quien une su suerte, así ha de llamarse concorde quien une los corazones. Nosotros, pues, carísimos, a quienes Cristo deja paz y nos da su paz no como el mundo, sino como se mediante el que el mundo se hizo, para ser concordes unamos recíprocamente los corazones y tengamos arriba un único corazón, para que no se corrompa en la tierra.

Tratado del evangelio de San Juan 77, 3-5

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