Hoy Jesús aparece curando a los enfermos, a la suegra de Pedro, a tantos enfermos que se le acercan para encontrar la salud del cuerpo. San Agustín nos recuerda que nuestro mundo está enfermo, enfermo del pecado, del egoísmo, de la avaricia, de tantas cosas que no nos dejan crecer como personas. Y hay quienes, con malicia, no quieren que recurramos a la fuente de la salud, de la vida, que es Jesucristo. Vayamos nosotros al que nos puede curar y darnos la felicidad.
Enfermos
Si en una ciudad enfermare alguien en el cuerpo y hubiese allí un médico muy competente, enemigo de poderosos amigos del enfermo, quienes le dijeran: «No recurras a él; es un incompetente« y lo dijeran por mala voluntad, no con criterio, ¿no prescindiría aquel en bien de su salud de las patrañas de sus poderosos amigos? Y, aunque les ofendiese de alguna manera, ¿no recurriría, para vivir unos días más, al médico que la opinión pública había celebrado como muy competente, para que expulsase de su cuerpo la enfermedad?
Pecados
El género humano yace enfermo; no por enfermedad corporal, sino por sus pecados. Como un gran enfermo yace en todo el orbe de la tierra de Oriente a Occidente. Para sanar a este gran enfermo descendió a la tierra el médico omnipotente. Se humilló hasta la carne mortal, es decir, hasta el lecho del enfermo.
Da preceptos que procuran la salud, y se le desprecia: quienes le escuchan se ven libres de la enfermedad. Se le desprecia, pues dicen los amigos poderosos: «No sabe nada». Si no supiera nada, no llenaría los pueblos con su poder; si no supiera nada, no existiría antes de venir a nosotros; si no supiera nada, no hubiera enviado los profetas antes de él.
¿Acaso no se cumple ahora lo predicho con anterioridad? ¿No demuestra este médico el poder de su ciencia cumpliendo sus promesas? ¿No caen por tierra en todo el orbe los errores perniciosos y se doman las codicias en la trilla del mundo?
Nadie diga: «Antes el mundo estaba mejor que ahora; desde que llegó este médico a ejercer su ciencia, vemos en él muchas cosas espantosas». No te extrañes. Antes de que un enfermo fuese intervenido, la sala del médico parecía limpia de sangre; más aún, ahora que tú ves lo que pasa, sacúdete los vanos placeres, acércate al médico; es el tiempo de buscar la salud, no el placer.
Curación
Así, pues, seamos curados, hermanos. Si aún no hemos reconocido al médico, no nos enfurezcamos contra él como locos, ni nos apartemos de él como aletargados. De hecho, muchos perecieron a causa de su furor y muchos también por dormir. Los locos son los que pierden sus cabales por no dormir; los aletargados, los que están oprimidos por el mucho sueño. Se trata ciertamente de hombres. Los primeros quieren ensañarse con ese médico y, como él ya está sentado en el cielo, persiguen a los fieles, sus miembros en la tierra. También a estos los cura.
Conversión
Muchos de ellos, al convertirse, se volvieron de enemigos en amigos; de perseguirle pasaron a anunciarle. Incluso a los judíos, que se habían ensañado con él cuando se hallaba aquí en la tierra, los curó como a locos que eran. Por ellos oró cuando pendía de la cruz con estas palabras: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Muchos de ellos, calmado su furor, como reprimida la locura, conocieron a Dios, conocieron a Cristo. Después de la ascensión, una vez enviado el Espíritu Santo, se convirtieron al que crucificaron y, creyendo en el Sacramento, bebieron la sangre que habían derramado con crueldad.
Sermón 87, 10-11