Evangelio del IV Domingo de Cuaresma, según San Agustín

En este Evangelio vemos cómo la serpiente que Moisés alzó en el desierto es imagen de la salvación que nos traería Jesús alzado en la cruz.

En este evangelio de Cuaresma, vemos como la serpiente que Moisés alzó en el desierto, por mandato de Dios, es imagen de la salvación que nos traería Jesús alzado en la cruz. Jesús siendo la vida, muriendo destruyó nuestra muerte y nos da salvación.

Para ello, tenemos que creer en él, tenemos que aceptar que necesitamos de él como el enfermo necesita del médico para curar. Por eso, debemos escucharle, seguir sus mandatos igual que se siguen las prescripciones del médico, porque sino no nos sirve de nada, no sanaremos de nuestras dolencias.  

La muerte

El Señor, en efecto, dijo a Moisés que hiciera una serpiente de bronce, en el desierto la levantase sobre un palo y avisase al pueblo de Israel que, si una serpiente mordía a alguien, se fijase en la serpiente levantada en el palo. Sucedió: los hombres eran mordidos, miraban y eran sanados. ¿Qué son las serpientes mordedoras? Los pecados nacidos de la condición mortal de la carne. ¿Qué es la serpiente levantada? La muerte del Señor en la cruz. Efectivamente, porque la muerte viene de la serpiente, fue figurada mediante la efigie de una serpiente. Letal el mordisco de la serpiente; vital la muerte del Señor.

Se presta atención a la serpiente, para que la serpiente no tenga fuerza. ¿Qué significa esto? Se presta atención a la muerte, para que la muerte no tenga fuerza. Pero ¿la muerte de quién? La muerte de la vida, si puede decirse; la muerte de la vida. Mejor aún, porque se puede decir, se dice admirablemente. Pero ¿acaso no había que decir lo que iba a ser hecho? ¿Dudaré yo en decir lo que el Señor se dignó hacer por mí? ¿No es Cristo la Vida? Y, sin embargo, Cristo está en la cruz. ¿No es Cristo la Vida? Y, sin embargo, Cristo murió. Pero en la muerte de Cristo murió la muerte, porque la vida muerta mató a la muerte, la plenitud de la vida se tragó la muerte; engullida en el cuerpo de Cristo quedó la muerte.

Así lo diremos también nosotros en la resurrección, cuando cantemos triunfadores: ¿Dónde está, muerte, tu intención? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?

La vida eterna

Mientras tanto, hermanos, para ser sanados del pecado, miremos de momento a Cristo crucificado, porque como Moisés, afirma, levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Como quienes miraban la serpiente no perecían por las mordeduras de las serpientes, así también quienes con fe miran la muerte de Cristo son sanados de las mordeduras del pecado.

Pero para una vida temporal eran sanados de la muerte aquéllos; éste, en cambio, dice: Para que tengan vida eterna. De hecho, esta diferencia hay entre la imagen figurada y la realidad misma: la figura ofrecía vida temporal; la realidad misma, de la que era la figura, ofrece vida eterna.

La salvación

Pues Dios envió su Hijo al mundo no para que juzgue al mundo, sino para que el mundo se salve mediante él. En cuanto, pues, depende del médico, ha venido a sanar al enfermo. Se suicida el que no quiere observar los preceptos del médico. Ha venido el Salvador al mundo. ¿Por qué se le ha llamado Salvador del mundo, sino para que salve al mundo, no para que juzgue al mundo? Si no quieres que te salve, serás juzgado por ti mismo. ¿Y por qué diré «serás juzgado»? Mira qué afirma: El que cree en él no es juzgado; quien, en cambio, no cree – ¿qué esperas que diga sino que es juzgado? –  ya está juzgado, asevera.

Aún no ha aparecido el juicio, pero ya está hecho el juicio. El Señor conoce a quienes son suyos: conoce quiénes permanecerán hasta la corona, quiénes permanecerán hasta la llama; en su era conoce el trigo, conoce la paja; conoce la mies, conoce la cizaña. Ya está juzgado quien no cree. ¿Por qué juzgado? Porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.

Comentario al evangelio de san Juan 12, 11-12

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