Evangelio del II Domingo de Adviento, según San Agustín

En este segundo domingo del tiempo de Adviento, contemplamos el misterio de María, virgen y también madre.

En este segundo domingo de Adviento, contemplamos el misterio de María, virgen y madre. Y, aunque San Agustín no habló directamente de la Inmaculada Concepción de María como hablamos hoy en día, sí la contempló como virgen, escogida por Dios para ser madre de su Hijo Jesús, nacido desde la virginidad de María. Contemplemos este misterio que nos abre al amor de Dios.

Virginidad

No tienen, pues, motivo para entristecerse las vírgenes de Dios porque, al profesar la virginidad, no pueden ser madres en sentido físico. En efecto, solo la virginidad podía dar a luz decorosamente a aquel a quien nadie se le podía asemejar en el modo de nacimiento. Con todo, el parto de aquella única santa virgen es la honra de todas las santas vírgenes. También ellas son con María madres de Cristo si cumplen la voluntad de su Padre. A esto se debe la mayor loa y dicha que aporta a María el ser madre de Cristo, conforme a su declaración antes mencionada: Todo el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos ese es mi hermano y hermana y madre.

Maternidad

En estos términos muestra todas las relaciones de parentesco espiritual que tiene en el pueblo que redimió: tiene por hermanos y hermanas a los varones santos y a las mujeres santas porque participan con él de la herencia celeste. Madre suya es la Iglesia entera, puesto que, por gracia de Dios, ella es la que evidentemente alumbra a sus miembros, esto es, a los que creen en él. Asimismo, toda alma piadosa que hace la voluntad del Padre es, gracias a la fecundísima caridad, madre suya en aquellos a los que con dolor va dando a luz hasta que Cristo sea formado en ellos. Por consiguiente, María físicamente es solo madre de Cristo, pero, al cumplir la voluntad del Padre, espiritualmente es, a la vez, hermana y madre.

Madre espiritual

Solo esa única mujer es madre y virgen a la vez no solo espiritual, sino también físicamente. Espiritualmente no es madre de nuestra cabeza, el Salvador en persona, de quien más bien nació ella, porque a todos los que creen en él, entre quienes está también ella, se les llama con razón hijos del esposo; pero sí es madre de los miembros de Cristo, nosotros mismos, porque con su caridad cooperó a que naciesen en la Iglesia los fieles que son los miembros de aquella cabeza. Físicamente, en cambio, es madre de la cabeza misma. Convenía, pues, que nuestra cabeza, por un extraordinario milagro, naciese de una mujer físicamente virgen, para significar que sus miembros habían de nacer espiritualmente de la Iglesia virgen.

Así pues, solo María fue espiritual y físicamente madre y virgen: madre de Cristo y virgen de Cristo. En cambio, la Iglesia es, en cuanto al espíritu, plenamente madre de Cristo, plenamente virgen de Cristo en los santos que han de poseer el reino de Dios. En cuanto al cuerpo, sin embargo, no lo es en su totalidad, sino que en unos es virgen de Cristo y en otros es madre, pero no de Cristo.

La voluntad del Padre

Y, puesto que cumplen la voluntad del Padre, en cuanto al espíritu son también madres de Cristo las mujeres bautizadas, tanto las casadas como las vírgenes consagradas a Dios, en virtud de sus santas costumbres, de la caridad que brota de un corazón puro, de una conciencia recta y de una fe no fingida. En cambio, las que en la vida conyugal dan a luz físicamente, no dan a luz a Cristo, sino a Adán. Y como conocen qué es lo que han alumbrado, se apresuran a convertir en miembros de Cristo a sus hijos, haciéndoles partícipes de los sacramentos.

La santa virginidad 5-6

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