Jesús en el evangelio de hoy nos habla de la parábola de unos viñadores que quisieron quedarse con toda la herencia, matando al heredero y se quedaron sin nada.
Antes que Jesús los profetas hablaron al pueblo de Israel para que cambiaran de vida y no lo hicieron. Hoy también Jesús nos anima a cambiar de vida, a volver al amor de Dios. Tengamos cuidado de no perder la oportunidad. San Agustín nos habla de dos maneras de perder la oportunidad. Bien cuando creernos que no tenemos perdón, o bien cuando somos tan optimistas que nos dejamos llevar por una excesiva seguridad.
Plantar
Más aún, como dice el mismo Señor Jesucristo, plantó una viña y la arrendó a unos labradores que habían de darle el fruto a su debido tiempo. También les envió a sus siervos para que exigiesen el beneficio producido por la viña. Aquellos, sin embargo, los llenaron de afrentas; a otros hasta les dieron muerte y rehusaron entregarles el fruto. Envió aún a otros, que padecieron un trato similar. Y se dijo el padre de familia, el cultivador de su campo, que plantó y arrendó su viña: Enviaré a mi hijo único; quizá a él le respeten.
Heredar
Y envió -dice- también a su hijo. Los arrendatarios comentaron entre sí: Este es el heredero; venid, démosle muerte y será nuestra la herencia. Y le dieron muerte y lo arrojaron fuera de la viña. Cuando llegue el señor de la viña, ¿qué hará con esos malos colonos? Se le respondió: Hará perecer de mala manera a esos malvados y arrendará su viña a otros agricultores que le devuelvan el fruto a su tiempo. Se plantó la viña al depositar la ley en los corazones de los judíos. Fueron enviados los profetas a buscar el fruto, o sea, su rectitud de vida. Estos profetas recibieron afrentas y hasta la muerte. Fue enviado también Cristo, el hijo único del padre de familia, y dieron muerte al heredero y, por ello, perdieron la herencia. Su malvada decisión les produjo el efecto contrario. Para poseerla, le dieron muerte y, por haberle dado muerte, la perdieron.
Conversión
Está, por tanto, claro, hermanos míos; está del todo claro; retenedlo, estad seguros de que, cuando uno se convierte a la fe en nuestro Señor Jesucristo, abandonando el propio camino por inútil o por estar lleno de maldad, él le perdona todos los pecados pasados y, como teniendo condonadas todas sus deudas, estipula con él un contrato completamente nuevo. Se le perdona absolutamente todo. Nadie sienta preocupación de que le quede algo sin perdonar. Pero, al mismo tiempo, nadie tenga una descaminada seguridad. Pues estas dos cosas dan muerte al alma: o la desesperación, o una aberrante esperanza. Oíd unas pocas palabras acerca de estos dos males. Pues del mismo modo que la esperanza buena y recta libera, así la esperanza desnortada engaña. Considerad primero cómo engaña la desesperación.
Sermón 87, 2.8