Evangelio del Domingo XXI del T.O., según San Agustín: «Si sólo es un hombre y nada más, no es Jesucristo» (Mt 16, 13-20)

En el Evangelio del domingo, los discípulos, cuando son preguntados por quién es Jesús, responden lo que oyen decir a otras personas.

Cuando los discípulos son preguntados por quién es Jesús, éstos le responden lo que oyen decir a otras personas.

Pero San Pedro contesta con una confesión de fe porque lo anuncia como Dios y como hombre. El que era divino por su ser, se hace hombre para nuestra salvación. Esto es una verdad de fe, que Jesucristo es totalmente hombre y totalmente divino. Por eso tenemos que tener cuidado de no reducir a Jesucristo a meras categorías humanas, o intentar entenderlo desde nuestras capacidades. Jesucristo es mucho más, porque es el Hijo de Dios, sin dejar de ser hombre.

¿Quién es Jesús?

¿Quién es, en efecto, Cristo? Preguntémoselo al bienaventurado Pedro. Cuando se leyó ahora el Evangelio, oísteis que, habiendo preguntado el mismo Señor Jesucristo quién decían los hombres que era él, el hijo del hombre, los discípulos respondieron presentando las opiniones de la gente: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Quienes esto decían o dicen no ven en Jesucristo más que a un hombre. Y si no ven en Jesucristo más que a un hombre, con toda certeza no conocen a Jesucristo. En efecto, si sólo es un hombre y nada más, no es Jesucristo. ¿Vosotros, pues, quién decís que soy yo? – les pregunta -. Responde Pedro, uno por todos, porque en todos está la unidad: Tú eres Cristo, el hijo de Dios vivo.

Lo que dice Cristo

He aquí la confesión verdadera y plena. Debes unir una y otra cosa: lo que Cristo dice de sí y lo que Pedro dice de Cristo. ¿Qué dijo Cristo de sí? ¿Quién dicen los hombres que soy yo, el hijo del hombre? ¿Y qué dice Pedro de Cristo? Tú eres Cristo, el hijo de Dios vivo. Une las dos cosas y así Cristo ha venido en la carne. Cristo afirma de sí lo menor, y Pedro, de Cristo, lo mayor. La humildad habla de la verdad, y la verdad, de la humildad; es decir, la humildad, de la verdad de Dios, y la verdad, de la humildad del hombre. ¿Quién -pregunta- dicen los hombres que soy yo, el hijo del hombre? Os digo lo que me hice por vosotros; di tú, Pedro, quién es quien os hizo. Por tanto, quien confiesa que Cristo ha venido en la carne, automáticamente confiesa que el hijo de Dios ha venido en la carne. Si niega que Cristo es hijo de Dios, desconoce a Cristo; confunde a una persona con otra, no habla de la misma.

Lo que dice Pedro 

Buscamos, pues, al hijo por naturaleza, no por gracia; al hijo único, al unigénito, no al adoptado. A ese hijo buscamos, tan verdaderamente hijo que, existiendo en la forma de Dios -menciono palabras del Apóstol, pensando en los no instruidos en la fe para que no piensen que son mías -, buscamos a aquel hijo que, existiendo en la forma de Dios – como dice el Apóstol – no juzgó robo el ser igual a Dios. No lo juzgó robo, porque lo era por naturaleza. Para él no era robo, era naturaleza; desde la eternidad era así, era coeterno a quien lo había engendrado, era igual al Padre; así era. Se anonadó a sí mismo para que confesemos que Jesucristo ha venido en la carne. Se anonadó a sí mismo. ¿Cómo? ¿Dejando de ser lo que era, o asumiendo lo que no era? Continúe hablando el Apóstol; escuchémoslo: Se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo. De esta manera se anonadó: tomando la forma de siervo sin perder la forma de Dios. Se asoció la forma de siervo sin desprenderse de la forma de Dios. Esto es confesar que Cristo ha venido en la carne.

Sermón 183, 3-5

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