Evangelio del Domingo de la Santísima Trinidad, según San Agustín: «Por el Espíritu santo nos constituyamos en unidad« (Jn 3, 16-18)

Terminado ya el tiempo de Pascua, el domingo 4 de junio, la Iglesia celebra la Fiesta de la Santísima Trinidad.

En este domingo y terminado ya el tiempo de Pascua, celebramos la Fiesta de la Santísima Trinidad. Vemos en el Evangelio como el Hijo es quien nos desvela la vida íntima de la Trinidad, el Padre que envía a su Hijo al mundo para llenarnos de su amor, el Espíritu que es quien nos da vida, su amor y nos une en la unidad.

Por eso, en esta fiesta vemos el designio de amor de Dios Padre que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad: que el Espíritu Santo se ha derramado en nuestros corazones, nos descubre el amor de Dios y nos une en la unidad. El Espíritu es descrito muchas veces como esas lenguas de fuego que animan nuestra fe, nos empujan a evangelizar, nos hacen salir de nosotros mismos para preocuparnos de los demás.

Dejemos que el amor de Dios haga de todos nosotros una iglesia unida, buscadora del amor del Dios y enviada al mundo, sobre todo, a nuestros hermanos más necesitados.

Padre

Por tanto, el Padre y el Hijo han querido que, mediante lo que les es común, nosotros entremos en comunión entre nosotros y con ellos, y que, por ese único don que poseen ambos, esto es, por el Espíritu santo, Dios y don de Dios, nos constituyamos en unidad, pues en él nos reconciliamos con la divinidad y gozamos de ella. En efecto, ¿de qué nos serviría conocer algún bien si no lo amáramos? Por otra parte, igual que aprendemos mediante la verdad, así amamos mediante la caridad, para conocer más perfectamente y gozar felices de lo conocido.

Ahora bien, la caridad se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado. Y ya que por los pecados estábamos lejos de poseer los auténticos bienes, la caridad cubrió la muchedumbre de los pecados. El Padre es, pues, para el Hijo verdad, origen veraz, y el Hijo es la verdad, nacida del Padre veraz; y el Espíritu Santo es la bondad, derramada por el Padre bueno y por el Hijo bueno; y los tres son una divinidad igual, inseparable unidad.

Hijo

Por tanto, el primer regalo de la bondad de Dios para con nosotros, dirigido a que recibamos la vida eterna, que se nos dará al final, fue el perdón de los pecados que nos llegó al comienzo de nuestra fe. Mientras ellos subsistan, subsiste en cierto modo nuestra enemistad contra Dios y nuestra separación de él, que proviene de nuestro mal, ya que no miente la Escritura cuando dice: Vuestros pecados causan la separación entre vosotros y Dios. Por eso, él no nos infunde sus bienes si no nos ha librado de nuestros males. Y tanto más crecen aquellos cuanto más disminuyen estos; ni aquellos alcanzan la perfección más que cuando desaparecen estos.

Pero dado que Cristo el Señor perdona los pecados en el Espíritu Santo igual que arroja los demonios en el Espíritu Santo, de este particular se puede entender que, habiendo dicho a sus discípulos, después de haber resucitado de entre los muertos: Recibid el Espíritu Santo, añadió a continuación: A quien perdonéis los pecados, le serán perdonados; y a quien se los retengáis, le serán retenidos.

Espíritu Santo 

También dice el Señor: Juan bautizó con agua; mas vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo, que recibiréis dentro de pocos días, hasta Pentecostés. En cuanto a lo que dijo Juan: Y fuego, aunque pueda entenderse de la tribulación que, por el nombre de Cristo, iban a sufrir los creyentes, no se aleja de la realidad que el Espíritu Santo mismo aparezca designado con el nombre de fuego. Por eso se dijo también a propósito de su venida: Aparecieron lenguas distintas, como de fuego que se posó asimismo sobre cada uno de ellos. Por idéntica razón dijo también el Señor mismo: Fuego vine a traer al mundo. Por lo mismo dice también el Apóstol: Hirviendo en el Espíritu, pues del Espíritu le viene el hervor, dado que se derrama en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha donado.

Sermón 71, 18-19

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