Cuatro días que cambiaron la Historia: Jueves Santo

Jueves Santo, Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de Resurrección, son cuatro días que cambiaron la Historia.

Jueves Santo, Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de Resurrección. Son cuatro días que cambiaron la Historia y que cada año los cristianos celebramos para recordar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Ofrecemos una reflexión de cada uno de estos días, desde la perspectiva de la espiritualidad agustiniana y con la intención de que ayuden al lector a entender mejor su fe y a vivir con más sentido estos días.

En la actualidad, a la gente le gusta mucho viajar. Y, si este viajar es fuera de la propia patria, pues entusiasma aún más. Viajar comporta formación, superación de todas las dificultades que se puedan presentar. Nos gustaría que la gente, además de moverse, de viajar, tuviera la oportunidad de encontrar la paz y la tranquilidad que mucho se necesita: encontrar a Dios en lo profundo de su ser, haciendo silencio en su vida.

Si el ser humano no busca la tranquilidad para relajar sus nervios, también las vacaciones perderían su fin. Encontrar a Dios en lo profundo de nuestro ser, cerrando la puerta de nuestro cuarto. Encontrarse con Dios para alabarlo como hijo a su Padre, creador de todo. Creador también de mi encuentro con El, porque no es posible este encuentro si El no me levanta del suelo y no me tiene en sus brazos para que lo pueda amar y sentirme amado por El.

Amor de Dios

En este Jueves Santo se trata, entre otras muchas cosas, de volver al AMOR DE DIOS.

Santo Tomás lo expresó bellamente. Dios, es verdad, nos regaló muchas cosas, pero el primer regalo fue su amor. Nos regaló muchas cosas, pero en todas ellas, nos regalaba su amor. Las cosas, en sí, tienen un valor relativo, pero el amor es absoluto. por eso, antes que todas las cosas y dentro de todas las cosas, Dios, en Cristo, nos regaló su amor.

Si un amigo te regala algo, ya te ha regalado antes el amor. El cariño que se pone en los regalos vale más que todos los regalos. Puede un regalo ser insignificante y tener un valor imperecedero, por el amor que acompaña e impregna el objeto. Yo guardo, no una flor, sino la hoja de una flor, pero que para mí es un tesoro. Y también puede suceder lo contrario, que un regalo grande no signifique nada.

Jesús nos regala su palabra, pero no son tanto palabras para enseñar, sino para manifestar y crear amor. En cada una de sus palabras Él nos está diciendo: te quiero, si supieras cómo te quiero, cómo te quiere mi Padre… Cuando dice, por ejemplo, sígueme, me está diciendo: es que te quiero. Cuando te dice, coge la cruz, es para que crezca el amor; cuando dice, dichosos vosotros, es para que sepáis lo que el Padre os ama; o cuando dice palabras de perdón; y no digamos las palabras de esta tarde de Jueves Santo.

Jesús nos regala su servicio, porque así tiene la oportunidad de  significar lo que nos quiere, ayudándonos en la necesidad, ayudándonos a  crecer. Nos sirve porque nos quiere hacer bien, porque nos quiere.

Jesús nos regala su pan, y nos aclara que ese pan está amasado con su amor, que tiene vitaminas de amor, que ese pan es el mismo en cuanto que se entrega, es un amor que se deja comer. En cada don Dios nos regala un trozo de su corazón, pero en la Eucaristía nos regala el corazón entero.

Leí este hermoso pensamiento de M. Iragui: «Cada don viene dedicado: «con todo cariño de tu Padre celestial«.» Pues sí, aún en los dones más sencillos y ordinarios, como el sol, el aire, el agua y tantos y tantos detalles que sólo tú conoces, todos llevan la firma del amor de Dios.

Una llamada de atención también para que no nos dejemos seducir por las apariencias de las cosas que nos regalamos; la importancia no está en la cosa, como nos quiere hacer ver el consumismo, sino en el espíritu que la acompaña.

Ojalá podamos descubrir la hondura y la profundidad del regalo de este y de todos los Jueves Santos. La misión principal de Jesucristo no fue otra que manifestarnos el amor de Dios. Para ello utilizó todos los medios y todos los recursos, de manera que quedáramos enteramente convencidos y ya nunca más pudiéramos dudar de esta verdad salvadora.

Si desde que nació y, a lo largo de toda su vida, nos manifestó este amor con palabras elocuentes y señales poderosas, el día de Jueves Santo se sobrepasó en esta epifanía. Diríamos que se descorren de par en par los velos del misterio, para que toda la intimidad de Dios pueda ser definitivamente descubierta.

En esta tarde de Jueves Santo podemos escuchar palabras divinas, podemos admirar gestos extraordinarios, podemos contemplar signos maravillosos, podemos agradecer regalos espléndidos: todo ello, palabras, gestos, signos y regalos nacen del misterio del amor, se realizan en el amor, se alimentan del amor, despiden destellos de amor, producen frutos de amor.

No es de extrañar, en sintonía con estas ideas, que la Madre Teresa de Calcuta nos regalara estas amorosas estrofas embriagadas de «Jueves Santo»:

Vosotros, dad el corazón

Sed la expresión viva de la amabilidad

de Dios; amabilidad en vuestro rostro,

amabilidad en vuestros ojos, amabilidad

en vuestra sonrisa, amabilidad en vuestra

afectuosa manera de saludar.

En los bajos fondos, vosotros sois

la amabilidad de Dios hacia los pobres.

Regalad siempre una sonrisa gozosa a los

niños, a los pobres, a todos los que sufren

y se encuentran solos.

Dadles no solamente vuestros cuidados,

sino también vuestro corazón.» 

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