
Mons. Diego Gutiérrez Pedraza (1926-1990) fue misionero agustino y primer obispo de la Prelatura de Cafayate, Argentina, dejando una huella imborrable en aquellos lugares en los que ejerció su ministerio, primero sacerdotal y posteriormente episcopal. Tras su muerte, poco a poco quienes le conocieron dieron a conocer detalles de su vida, sus gestos y su compromiso con el evangelio. En septiembre del año 2018, en la Catedral Nuestra Señora del Rosario, de la Prelatura de Cafayate, se celebró el inicio de la investigación sobre su vida y virtudes, dada su fama de santidad.
Tanto la Iglesia Argentina, como la Provincia de San Juan de Sahagún y la Orden de San Agustín, con el P. Josef Sciberras, OSA, como postulador general, desean dar a conocer la vida de este misionero agustino quien es, en la actualidad, referente y modelo para tantas personas y cuya causa de beatificación y canonización sigue su curso.
Biografía
Nació el 26 de septiembre de 1926 en un pueblo llamado Barriosuso, en la provincia de Palencia, España.
El mayor de cuatro hermanos, realizó sus primeros estudios en el pueblo y, cuando cumplió 13 años, en 1939, ingresó en el Monasterio de Santa María de La Vid (Burgos), seminario de los agustinos, para continuar con los estudios de bachillerato. En el mismo lugar inició, de manera oficial, la formación agustiniana con la toma del hábito de San Agustín, el 11 de octubre de 1944.
Prosiguió en el Monasterio los estudios de Filosofía y Teología, hasta concluir satisfactoriamente su carrera eclesiástica el 30 de junio de 1951. Como era costumbre en aquellos años, ya había recibido la ordenación sacerdotal el 11 de marzo del mismo año. La primera misa la celebró en su pueblo natal, Barriosuso de Valdavia, en la parroquia San Juan Bautista, donde había sido bautizado.

El primer destino que tuvo fue la Viceprovincia agustina de Argentina, a la que llegó a finales de 1951. Los superiores le enviaron a la parroquia San Agustín, en la ciudad de Mendoza. En 1957 fue nombrado prior y párroco de San Agustín, en Buenos Aires. El P. Diego tenía entonces 31 años y, cuentan quienes le conocieron, que ya le caracterizaba la prudencia y el celo pastoral. Muy preocupado por los enfermos y ancianos, les visitaba asiduamente. También se mantuvo siempre cercano a los grupos apostólicos de la parroquia.
En 1966 vuelve a España, al ser nombrado vicerrector del Monasterio de Santa María de La Vid y maestro de profesos. Pero no permaneció allí muchos años, pues en 1969, al erigir la Santa Sede la Prelatura de Cafayate, se pensó en él para que estuviera al frente de ella.
El 9 de febrero de 1969 regresó a la ciudad de Buenos Aires y, unos días más tarde viajó, junto con el P. Gerardo Ureta, a la ciudad de Salta, para iniciar esta nueva andadura pastoral en el Noroeste Argentino. El entonces arzobispo de Salta, Mons. Carlos Mariano Pérez, le nombró párroco de Cafayate, centro de la Prelatura, mientras que el P. Gerardo se instalaba en San Carlos.
A los pocos años, el Vaticano nombró al P. Diego como Administrador Apostólico de la Prelatura y, el 16 de diciembre de 1973, fue consagrado como el primer obispo agustino de los Valles Calchaquíes.
Espiritualidad
Desde el primer momento tuvo muy claro su objetivo pastoral, resumido en estas palabras: “construir la comunidad eclesial, que es comunidad de fe, de culto y de caridad”. También vio Mons. Diego que era necesaria la promoción humana de todos y de cada uno de los habitantes de la zona, y lo expresaba con estas palabras: “Llegue pronto el día en que todos los habitantes de los Valles Calchaquíes tengan, como escribe uno de nuestros profetas, una casa en que habitar, una mesa en que comer, un libro para leer y un Cristo para rezar”.
Estos deseos se fueron haciendo realidad a lo largo de casi dos décadas que estuvo al frente de la Prelatura. Supo estar cerca de cada una de las personas; visitó todas y cada una de las comunidades de los Valles, tanto las parroquias céntricas, como las de los lugares más alejados, llevando siempre su palabra cálida, profunda y evangelizadora para alentar a todos en el camino de la santidad. En sus cartas pastorales procuró siempre cumplir con el deseo de la Iglesia.
De sus cualidades habla el P. José Villegas, OSA, que le confesó antes de morir: “Juicio equilibrado y sereno, bondad y comprensión, compromiso religioso, fervorosa vivencia de la fe, cordialidad, sencillez y cercanía con los más necesitados”.