En el Evangelio de hoy vemos a un Pedro que, aún con miedo, se atreve a caminar sobre las aguas porque se lo dice Jesús.
Pero en cuanto se da cuenta de lo que hace, vuelve a hundirse en el lago.
Aquí vemos cómo las personas fuertes, las que tienen fe, son fuertes porque confían en Dios y no en sus propias fuerzas. Cuántas veces creemos que tener fe, que vivir en Dios lo hacemos nosotros. Todo lo contrario. Creer es abandonarse en Dios, dejar que él sea nuestra fortaleza, dejar que sea él el que haga en nosotros. Como diría San Pablo, es la gracia obrando en cada uno de nosotros, como somos fuertes en la fe.
Confianza
Así, pues, en un único apóstol, esto es, en Pedro, el primero y más importante en la serie de los apóstoles, en el que estaba figurada la Iglesia, hubo que representar a ambas categorías de personas, esto es, la de los fuertes y la de los débiles, puesto que la Iglesia no existe sin la una y sin la otra.
A esto se refiere también lo que se acaba de leer: Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas: porque no lo puedo confiando en mí, sino en ti. Reconoció lo que tenía de sí y lo que venía de aquel, gracias a cuya voluntad creyó que podía lo que ninguna humana debilidad puede. Por tanto, si eres tú, mándame, pues nada más mandarlo, se hará; lo que no puedo yo presumiendo de mis fuerzas, lo puedes tú mandándolo. Y el Señor le dijo: Ven. Y contando con la palabra del que se lo mandaba y en presencia del que le sostenía y le gobernaba, Pedro, sin vacilar y sin demora, saltó al agua y comenzó a caminar.
Pedro, pues, caminó sobre las aguas por mandato del Señor, sabiendo que por sí mismo no lo podía conseguir. Por la fe pudo lo que la debilidad humana no habría sido capaz de hacer. Estos son los fuertes en la Iglesia. Prestad atención, escuchad, entended, actuad. Porque en ningún momento hay que actuar con los fuertes para que se vuelvan débiles, sino con los débiles para que se vuelvan fuertes. Pero a muchos les impide ser fuertes el presumir serlo. Nadie recibirá de Dios la fortaleza, sino quien se siente débil en sí mismo.
La Gracia
Contempla a Pablo, una partecita de esa heredad; mírale debilitado cuando dice: No merezco el nombre de apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios. ¿Por qué, entonces, eres apóstol? Por la gracia de Dios soy lo que soy. No lo merezco, pero por la gracia de Dios soy lo que soy. Pablo se hizo débil; tú, en cambio, lo restableciste del todo. Ahora bien, dado que es lo que es por la gracia de Dios, mira lo que sigue: Y su gracia no ha sido estéril en mí, sino que trabajé más que todos ellos. Estate atento, no sea que pierdas por tu presunción lo que mereciste por tu debilidad. Bien, bien dichas están estas palabras: No merezco el nombre de apóstol; por su gracia soy lo que soy; y su gracia no ha sido estéril en mí. Todo muy bien dicho. Pero he trabajado más que todos ellos: da la impresión de que comienzas a atribuirte lo que poco antes habías atribuido a Dios. Fíjate y sigue: pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Muy bien, hombre débil: Serás exaltado con la máxima fortaleza ya que no eres ingrato. Eres el mismísimo Pablo, pequeño en ti, grande en el Señor. Tú eres quien rogaste tres veces al Señor que alejase de ti el aguijón de la carne, el ángel de Satanás, que te abofeteaba. Y ¿qué se te dijo? ¿Qué oíste cuando eso pediste? Te basta mi gracia, pues la virtud alcanza su perfección en la debilidad. He aquí que él se hizo débil, pero tú lo restableciste del todo.
Sermón 76, 4-7