Evangelio del II Domingo de Cuaresma, según San Agustín

El evangelio del segundo domingo de Cuaresma muestra la experiencia del Monte Tabor. Allí Jesús se revela en su divinidad.

En este segundo domingo de Cuaresma nos muestra el evangelio la experiencia del Monte Tabor. Allí Jesús se revela en su divinidad. Pero hay que tener cuidado de no quedarnos aquí, esta imagen solo es para que tengamos más fe en Jesucristo y sigamos viviendo en la tierra con más ganas, siendo discípulos, sus seguidores. Todavía no ha llegado el momento de contemplarlo glorioso en el cielo.

Hagamos tres tiendas

Ve esto Pedro y, juzgando lo humano al modo humano, dice: Señor, es bueno estarnos aquí. Cansado de la muchedumbre, había encontrado la soledad de la montaña. Allí tenía a Cristo, pan para el espíritu. ¿Para qué salir de allí hacia las fatigas y los dolores, si poseía amores santos cuyo objeto era Dios y, por tanto, buenas costumbres? Quería que le fuera bien; por eso añadió, Si quieres, hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Nada respondió a esto el Señor, pero Pedro recibió una respuesta. Pues, mientras decía esto, vino una nube refulgente y los cubrió. Él buscaba tres tiendas. La respuesta del cielo manifestó que para nosotros es una sola cosa lo que el criterio humano quería separar. Cristo es la Palabra de Dios: Palabra de Dios en la ley, Palabra de Dios en los profetas. ¿Por qué quieres separar, Pedro? Más te conviene unir. Buscas tres tiendas: advierte también que es una.

Mi hijo amado

Así, pues, al cubrirlos la nube a todos y haciendo en cierto modo una sola tienda para ellos, sonó también desde la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado.

Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña: desciende, predica la palabra, insta a tiempo y a destiempo, arguye, exhorta, reprende con toda longanimidad y doctrina. Fatígate, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad, por la blancura y la belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor. En efecto, cuando se leyó al Apóstol, le oímos decir en elogio de la caridad: No busca sus cosas. No busca sus cosas, puesto que dona las que posee. Lo mismo dice en otro lugar, pero en términos más peligrosos, si no los entiendes bien. Pues, siempre con referencia a la caridad misma, el Apóstol, dando órdenes a los fieles, los miembros de Cristo, dice: Nadie busque lo suyo, sino lo del otro.

Mas como te conozco, quieres poseer lo tuyo y lo ajeno. Cometes fraudes para obtener lo ajeno; sufre un robo que te haga perder lo tuyo. No quieres buscar lo tuyo, sino que quitas lo ajeno. Si haces esto, no obras bien. Oye, ¡oh avaro!; escucha. En otro pasaje te expone el Apóstol con más claridad el texto: Nadie busque lo suyo, sino lo del otro.

Ten caridad, predica la verdad

Dice de sí mismo: Pues no busco mi utilidad, sino la de muchos, para que se salven. Pedro aún no entendía esto cuando deseaba vivir con Cristo en el monte. Esto, ¡oh Pedro!, te lo reservaba para después de su muerte. Lo que te dice ahora es: «Desciende a fatigarte en la tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado, a ser crucificado en la tierra. Descendió la vida para encontrar la muerte; bajó el pan para sentir hambre; bajó el camino para cansarse en el trayecto; descendió el manantial para tener sed, y ¿rehúsas fatigarte tú? No busques tus cosas. Ten caridad, predica la verdad; entonces llegarás a la eternidad, donde encontrarás seguridad».

Sermón 78, 3.6

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