La apertura del Jubileo de la Esperanza ha tenido una fase vaticana, el pasado 24 de diciembre, presidida por el Papa Francisco y, otra diocesana, en todas las diócesis del mundo, en torno al día 29 de diciembre. En la Diócesis de La Habana, la Parroquia del Cristo del Buen Viaje, que atienden los religiosos agustinos, en pleno centro de la ciudad, ha tenido un protagonismo especial en las celebraciones de estos días.
Cada 25 años, con la celebración del Jubileo, la Iglesia hace una invitación especial a vivir una conversión personal desde el perdón, la reconciliación y la renovación vocacional. En esta ocasión, además, el Jubileo propone que seamos portadores de esperanza.
Como en todas las diócesis del mundo, en la de La Habana, la apertura del Jubileo de la Esperanza ha tenido tres momentos: Exposición del Santísimo, procesión eucarística y el cruce de la Puerta de la Catedral, uno de los ritos más conocidos que realizan los fieles que participan en un año jubilar para conseguir la indulgencia (perdón de los pecados).
La procesión partió desde la Parroquia agustina del Cristo del Buen Viaje. Desde allí el clero diocesano y los misioneros de distintas órdenes y congregaciones religiosas, peregrinaron hacia la Catedral de La Habana, con carteles y estandartes que mostraban los símbolos con los que se identifican los diferentes carismas.
Al llegar a la Catedral, los feligreses pasaron la Puerta Santa en procesión, portando la cruz, símbolo del perdón y de esperanza.
En Cuba, el Jubileo de la Esperanza es una oportunidad para que más personas se acerquen a la Iglesia y conozcan el Evangelio de Jesús, que con su mensaje de verdad, libertad y justicia, ofrece esperanza para todos.
Testimonio
Recién llegado a Cuba está el religioso agustino, P. Luis Javier Reyes Marzo que, con tan solo mes y medio en la isla, destaca la sed de Dios y de compartir valores, de los cubanos, más allá del materialismo extremo que se vive. Así como la valentía y compromiso con la religión, de las pequeñas comunidades cristianas.
«Antes de venir, se queda uno con la cantinela de lo que no hay -señala-. Y es verdad que no las hay: medicinas, leche para los niños, incluso el azúcar escasea en el país que hace 30 años era el mayor productor del mundo. Muchos edificios del barrio están arruinados, pero están abarrotados de gente porque falta la vivienda. Sin embargo, uno se va dando cuenta cada vez más de lo que hay: gente que le echa imaginación para salir adelante; comunidades cristianas pequeñas, pero que viven la fe intensamente; gente joven que descubre a Dios; gente mayor que no dejó de participar en la iglesia aún en los tiempos en los que esto suponía no progresar en el trabajo, o que a tus hijos les prohibieran llevar el pañuelo del uniforme al colegio para que todos se enteraran de que sus padres eran cristianos».
Esperanza
El P. Luis Javier explica que cada tarde, «los niños que al salir del colegio pasan la tarde en la calle, aporrean a la puerta de la parroquia y llaman a voces al P. Roberto, también agustino, porque están deseosos de aprender y compartir la música, para poder cantar todos los días en misa».
El misionero agustino destaca que, cada una de las personas comprometidas en las pequeñas comunidades cristianas, son un signo de esperanza en la isla: los que trabajan repartiendo alimentos y medicinas; los que limpian las iglesias; los acólitos o aquellos que se acercan por primera vez a la parroquia y quieren formarse para ser bautizados.
Toda esta realidad de La Habana, no muy numerosa y callada, es un signo de esperanza. Por no hablar de la labor del Instituto de Humanidades Padre Félix Varela, «donde un grupo de intelectuales cristianos trabajan duro para compartir con universitarios y profesionales el pensamiento cristiano filosófico, teológico, bioético, artístico… y allí estamos también los agustinos desde el primer momento».
Agradecimiento
En el día a día, en las conversaciones con la gente se percibe el agradecimiento, por la acción y la presencia agustiniana en Cuba: «Los agustinos contamos con personas admirables que comparten o han compartido la fe y la vida aquí en Cuba. Es una realidad que, para quien llega nuevo, supone encontrar muchas puertas abiertas y facilita, sin duda, la integración en la misión de la Iglesia en Cuba».
El P. Luis Javier subraya que hay mucha necesidad de alegría, de compartir el evangelio, la verdad y la fraternidad, no solo en Cuba: «Vividlo y compartidlo en vuestra parroquia, vuestro colegio, en vuestro trabajo, vuestra facultad: es la forma de anunciar la esperanza, que tanta falta hace en Cuba, en España y en todo el mundo».